FRESAS Y NATA
África volvió a mirar por la ventana por decimoséptima vez en los cinco minutos que llevaba en la cocina. Se sentía algo patética, pero no podía evitarlo. Desde que se había mudado el nuevo vecino al piso de en frente no había dejado de espiarlo. Llevaba así una semana y dos días contados. La verdad, cualquiera que estuviera en su situación haría lo mismo, ya que el tío estaba como un queso. Y por si fuera poco, el tío se paseaba desnudo por su casa sin importarle que una mujer como ella, que llevaba sin echar un polvo más de un año, pudiera estar mirándole con la baba colgando. Definitivamente el mundo era cruel.
Salió de la cocina y se dirigió al televisor a ver el primer programa que la despejara. Lo encendió y justamente oyó la puerta de en frente abrirse y cerrarse al momento. No supo cómo ni cuándo su cerebro ordenó a sus pies salir corriendo hacia su propia puerta y abrirla. Pero sí supo cuándo su cerebro registró en su memoria al tío más guapo que había poblado la tierra. Su pelo negro y mojado por el agua estaba un poco largo, pero a ella le encantó, sus ojos oscuros realmente la derretían y su boca era perfecta e irresistible. Definitivamente el mundo no era cruel.
África se sintió algo ridícula ahí en su puerta mirándolo embobada y él mirándola como si esperara que le hablara. Obviamente no podía decirle que había salido a verlo. No.
-Hola.-dijo.-¿Has llamado tú a la puerta?-preguntó con las mejillas como un tomate de la vergüenza. Realmente era algo patético como excusa.
-No.-respondió sonriendo.
-Ahh.-¡Qué patética!-Habrá sido un gamberro listillo.-dijo pobremente. Que la tierra la tragara, por Dios.
-No sé. Yo no he visto a nadie.-dijo volviendo a sonreir.-Por cierto, me llamo Sergio.-dijo alargando la mano para estrechársela.
África la tomó y sintió su fuerte apretón en los dedos. Se fijó en ello, se dio cuenta de que eran alargados y masculinos y, ante todo, no llevaban alianza. Las mejillas se le sonrojaron ligeramente, o eso esperaba, cuando pensó en sus dedos y lo que podrían hacer. Su horror creció al darse cuenta de su obsesión por ese hombre. Apartó la mano de él como si fuera ácido.
-Yo soy África.-respondió. Buscó desesperadamente un tema de conversación para retenerlo un poco más.
-Un nombre peculiar.-dijo sonriendo, pero sin enseñar los dientes. África se extrañó un poco por esa sonrisa, ya que parecía un poco falsa.
-Bastante.-dijo, pero realmente el tema de su nombre no le interesaba mucho.-¿Conoces a muchas chicas con ese nombre?-preguntó.
-Solo una. Fui con ella a la Universidad. Éramos muy buenos amigos.-respondió y sintió como si sus ojos la escrutaran en busca de una respuesta.
-¿Erais? ¿Ya no os véis?-preguntó curiosa.
-No.-respondió serio.-Me tengo que ir. Un placer conocerte.
Y sin más, se marchó escaleras abajo. África frunció el ceño extrañada por su despedida brusca y entró en su casa. Miró el reloj y ya eran las 14:10. El estómago le recordó que debería ir preparando ya la comida y se dirigió a la cocina para ver qué podía hacer. Abrió el frigorífico y el alma se le cayó a los pies. Solo quedaban unos filetes de la noche anterior. Se hizo un sándwich y pensó que ya era hora de ir a hacer la compra. Bueno ya iría por la tarde.
Las horas pasaban mientras limpiaba la casa y cuando se quiso dar cuenta ya eran las 19:00 de la tarde. Corrió a ducharse y cuando ya salió con un simple vaquero y una camiseta de manga corta, fue a la cocina y cogió un vaso de agua. Miró por la ventana hacia el piso del vecino, se dijo que lo hizo por costumbre más que nada, y se atragantó con el agua. Sergio iba desnudo por su casa, secándose el pelo con una toalla y dándole la espalda a la ventana.
Realmente tenía un culo para morirse. Unos hoyuelos marcaban el nacimiento de su trasero y África se vio a sí misma hundiendo su lengua en ellos. Sus entrañas se contrajeron por el deseo y el vaso que tenía en la mano se cayó al suelo, rompiéndose el cristal en pedazos.
-¡Mierda!-gritó asustada y furiosa.
El sonido debió llamar la atención de Sergio porque este se giró, seguramente curioso del ruido. África se agachó corriendo para que no la viera. Intentó recoger los pedazos de cristal para disimular ante Sergio. Pero estaba segura de que el vecino le había visto espiándolo de nuevo o sino se lo habría imaginado.
-¿Estás bien?
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Me ha visto, seguro.
-S…sí.-respondió asomándose por la ventana.
Esto era para película. Ahí estaba Sergio mirándole con una sonrisa en la cara, burlándose de ella con esos ojos oscuros.
-¿Te has cortado?.-preguntó sonriendo.
Le había visto, seguro. Si no fuera así, no habría sonriendo. ¿Se podía ser más ridícula? Lo principal era comportarse con naturalidad, como si hubiera estado fregando y su vaso se hubiera roto por accidente, en lugar de mirando el culo del vecino nuevo.
-No, estoy bien, gracias.-le dije con la mayor naturalidad.
África miró sus ojos y sintió algo extraño. Esos ojos le sonaban, eran oscuros y penetrantes, pero como de costumbre serían imaginaciones suyas. Frunció el ceño, ya que no podía sacarse de la cabeza la sensación de esos ojos mirándola, acariciándola. Era todo muy extraño.
Sonrió y cerró su ventana, dando así por terminada la conversación. África pensó, de camino a la tienda, que debería plantearse dar un giro a su sexualidad. No quería decir que tenía que volverse lesbiana, pero sí empezar a salir con más hombres y no hacerse tanto la estrecha con ellos. Llevaba más de un año sin sexo y ya se sentía algo desesperada. Todo hubiese seguido normal, sin ganas de sexo y sin importarle que no lo tuviera, si no fuera porque Sergio había aparecido en el piso de en frente con el cuerpo de un verdadero dios griego. Ahora el deseo había renacido en ella, provocándole la necesidad de tirarse a los brazos de cualquier hombre para pasar un buen rato. Era eso o ir al piso de Sergio y lanzarse sobre su boca. En cualquier caso, las dos opciones eran muy alocadas, pero ¿cuándo dejó ella de ser la chica rebelde, que no le importaban las normas y hacía lo que sentía? Ahh, ya sabía cuando, el día que pilló al chico que quería en la cama con otra. Sí, ese día se había llevado su espíritu impetuoso. Había sido hace siete años, el día de San Valentín, ella había estado saliendo con un amigo de la universidad, y ella había decidido ir a darle una sorpresa a su piso, ya que llevaban dos semanas sin verse. Ella había abierto la puerta de su piso, tenía la llave, y había entrado llamándole a gritos como de costumbre. Entonces había sido cuando lo había visto dormido en la cama con una rubia despampanante. Había salido corriendo del piso, sin mirar atrás. Se había ido de la Universidad para ir a estudiar a otra y desde entonces no lo había vuelto a ver. Nunca le había devuelto las llamadas. Ahora que lo pensaba, era mucha casualidad que su novio de la Universidad y el vecino que vivía en frente se llamaran igual, Sergio. Bueno había muchas personas que se llamaban así. Además no se parecían mucho.
En la tienda, mirando los diferentes chocolates donde tenía que elegir sintió que las piernas no le respondían y lentamente cayó al suelo de rodillas. La confusión, la sorpresa, la tristeza y la desilusión la embargaron. No es que el Sergio de su pasado y el Sergio de su piso de en frente fueran distintas personas, eran la misma. Sus ojos lo delataban. Puede que el rostro no fuera el mismo, solía ocurrir después de siete años. Pero sus ojos seguían siendo iguales, mirándola con deseo y amor. Aunque África estaba segura que esto último ya no era así. Se levantó corriendo, pagó la compra que había hecho y corrió hacia su piso donde, después de dejar la comida en sus respectivos lugares, buscó las fotos que tenía de la Universidad. Hace siete años había roto todas las que tenía excepto una, ya que le había sido imposible hacerlo y en lugar de ello, la había escondido en el último cajón de su armario donde nunca más la volvería a buscar.
Cogió la foto y la examinó después de siete años. Los dos salían riendo, felices y enamorados. Había sido un mes antes del día de San Valentín. Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero no eran de amor sino de desprecio. Estaba segura. Después de siete años, el amor que una vez sintió por Sergio, se marchitó. No podía estar más segura.
El rencor y la rabia que volvieron a ella después de tantos años, la hicieron pensar en la mayor locura que nunca antes había hecho. Le haría sufrir de una manera que no olvidaría, ya que cuando él se levantara por la mañana lo haría pensando en ella y cuando se fuera a la cama por la noche lo haría deseando que ella estuviera junto a él. Le haría pagar el dolor que le hizo sufrir durante años hasta que consiguió olvidarlo.
Pero no lo haría esa noche, sino dentro de dos días, la noche antes de San Valentín. Fue a su dormitorio y se acostó en su cama sin cenar, ya que no tenía el estómago con ganas de meterle comida. Se levantó al día siguiente nerviosa, pero fresca como una lechuga. Fue a la cocina y se preparó el desayuno. Miró por la ventana y la respiración se le atascó. Sergio caminaba por su casa en calzoncillos, de Calvin Klein seguro, con una erección mañanera. Sus ojos prepararon todo su potencial para seguirlo por la casa. Realmente su cuerpo era una maravilla, fuerte, musculoso, atlético, deseable. Lo que más le gustaba era su espalda ancha y musculosa por la que tantas veces había pasado sus manos. Movió la cabeza de un lado a otro y se fue hacia el servicio para darse una ducha bien fría. No entendía cómo un cuerpo podía ponerla tan caliente.
Salió de la ducha y se dirigió a la puerta de salida. Cuando abrió, se encontró en frente de Sergio, el cual había estado a punto de darle un puñetazo en la cara, ya que este parecía tener la intención de llamar.
-¡Vaya! ¡Qué casualidad!-dijo sonriendo, enseñándole todos sus perfectos dientes blancos.
¿Por qué tenía que ser tan guapo?
-Hola.-le dije con naturalidad. Aunque la verdad no sabía si podía seguir guardándose el puñetazo que estaba deseando darle por no decirle quién era.-¿Qué te trae a este lado del rellano?
-Invitarte a salir, naturalmente.-dijo sin vacilación.
África se sorprendió, ya que no se lo esperaba. No supo qué decir.
-¿Qué me dices?-volvió a preguntar sonriendo.
¿Es que nunca dejaba de sonreir? Por lo visto no. Seguramente sabía el efecto que causaba su sonrisa sobre las mujeres. Su orgullo quería que le dijera que no pensaba salir con él ni hasta la esquina, pero no, no haría eso, ya que era una oportunidad que no podía desperdiciar para que su vendetta tuviera éxito. Puso la mejor de sus sonrisas y con naturalidad y coqueteo le dijo.
-Por supuesto. ¿Dónde me llevarás?
-Había pensado al cine, ya que es nuestra primera cita.-respondió todo corazón.
¿Cita? ¿Primera? Mentiroso, hijo de perra. No era su primera cita con ella. Estuvo a punto de soltárselo a la cara, pero se contuvo.
-Me parece estupendo.-dijo. No sabía si su sonrisa había dado un giro drástico y se había vuelto falsa, pero no podía evitarlo.-¿Esta noche te parece bien?
-Fantástico.-respondió.
Acordaron la hora y que él pasaría a por ella. El resto del día aprovechó para limpiar el piso e ir a la tienda a por frutas, entre ellas fresas. Se arregló un poco cuando llegó la hora de ir al cine. Unos vaqueros y una camisa roja hacía juego con sus cuñas del mismo color. Su cabello rubio y rizado lo recogió en una coleta alta, ya que su pelo ese día se había vuelto bastante rebelde.
Sonó el timbre y fue a abrir con tranquilidad, no queriendo que Sergio pensara que estaba desesperada por salir con él. Nada más lejos de la verdad, solo quería vengarse, no había sentimientos románticos de por medio. Ni los habría nunca.
Abrió la puerta y su corazón se saltó un latido. Ahí tenía al hombre más guapo del mundo, de la galaxia y del universo entero. Su pelo negro engominado, su camiseta blanca que marcaba sus musculosos brazos y su fuerte pecho, sus vaqueros desgastados y sus deportivas le daban un aire sumamente irresistible. Se lo comería entero.
Él la miró de arriba abajo sin cortarse un pelo. Cuando llegó a sus pechos se los quedó mirando con intensidad, haciendo que sus mejillas se sonrojaran. Después de lo que a ella le parecieron horas, levantó la vista a su rostro y sonrió. África creyó ver en sus ojos ternura, pero desechó esa posibilidad como imposible.
Fueron al cine y vieron una comedia romántica que les hizo reír intensamente todo lo que duró esta. Después la invitó a tomar una copa a un bar cercano. Charlaron como amigos de toda la vida, pero intentando que ninguno descubriera al otro. Tanto África como Sergio creían que el otro pensaba que no había descubierto la verdadera identidad de cada uno. Pero no era así, ya que África sí lo había hecho, pero a diferencia de esta, Sergio sí quería que ella lo descubriera sin tener que decírselo él mismo.
Cuando llegaron al rellano sonrieron incómodos, ya que era extraño que la noche terminara de esa manera, sin un beso ni nada.
-Gracias por la invitación. Me lo he pasado realmente bien.-dijo África mientras abría la puerta de su casa.
-De nada.-respondió Sergio mirándola intensamente.
África se acercó a él para darle un beso de gratitud en la mejilla, pero Sergio cogió su rostro y lo acercó a sus labios, los cuales comenzaron a besar los de ella. Su lengua invadió su boca y su sabor la excitó, ya que sabía a whisky, el mismo que había bebido durante la noche. Sus besos la embriagaron hasta dejarla atontada y sin sentido. Pero no tanto para olvidar que tenía un plan pendiente. Lo empujó contra la pared, excitándolo, y se apretó contra él para que notara cada parte de su cuerpo. Su lengua empujaba contra la de Sergio, mezclando los sabores de su boca. Las manos de Sergio apretaban su cintura, excitándola de una forma sorprendente. Sus manos viajaban por el pecho fuerte de Sergio, haciéndola recordar sentimientos olvidados y enterrados.
Separó sus labios de los de él y lo miró a los ojos. Vio sus ojos cerrados y cómo los abrió poco a poco y con renuncia, como si no quisiera olvidar ese momento volviendo a la realidad. Cuando los abrió, estos brillaban de deseo, pero mostrando una ternura que le cerró la garganta. Se retiró de él, temerosa por primera vez de su plan.
-Gracias por la cita.-dijo temblando.
Entró en su piso con la mayor rapidez y cerró la puerta, dejando a Sergio confundido y con una excitación palpable. Su cuerpo desprendía calor, sus labios estaban hinchados por el beso y sus pezones excitados. Se fue a dormir y los sueños comenzaron a acosarla.
Caminaba por un gran pasillo oscuro y largo y este de repente se dividía en dos. Dos puertas abiertas se presentaban ante ella: la de su derecha le mostraba a Sergio y a ella abrazados, sonriendo, felices y besándose; la de su izquierda le mostraba una visión de ella mudándose de piso, llorando, destrozada. No entendía nada. ¿Acaso tenía que elegir entre las dos puertas? ¿Simbolizaba sus dos destinos?
De repente se levantó de la cama, sudando y temblando. Se pasó una mano por el pelo, intentando despejarse y olvidarse de ese sueño. Había sido todo muy extraño. Se había sentido feliz observando la primera puerta, pero esa felicidad le había parecido tan lejana. Mientras que observando la puerta número dos se había sentido deprimida, pero ese destino, si así lo era, lo sentía más cercano. La piel se le puso de gallina e intentó olvidarla. Miró la hora y ya eran las 8:00 de la mañana. Se levantó y fue a darse una ducha, para limpiarse el sudor que cubría su piel.
Ya duchada, fue a la cocina a tomar una taza de café. Y una vez más, como siempre, miró por la ventana. Pero esta vez no vio a Sergio. No vio nada, solo una simple cocina vacía que daba a un salón. Por alguna extraña razón se sintió desilusionada. Era una tontería, por supuesto, obviamente todavía le duraba la confusión del sueño que había tenido esa noche. Nada más.
Abrió el frigorífico y lo primero que vieron sus ojos eran las fresas que había comprado el día anterior. El estómago se le contrajo, ya que esas fresas iban a ser parte de su plan. Pero ahora que lo pensaba no sabía si debería seguir con él. Las fresas la hacían sentir patética, ya que nunca había hecho lo que tenía pensado hacer.
Se sentó en el sofá con la tele encendida y pensó en su plan. No sabía si tendría éxito. Realmente, después de la noche anterior, tenía que reconocer que no era tan inmune a Sergio como creía. El deseo que una vez sintió por él, seguía latiendo en sus venas y eso la asustaba. En la cita lo había pasado realmente bien con él, le había hecho revivir sentimientos que creía olvidados. Había sido amable, generoso, divertido,…todo lo que una vez la había enamorado. Y ahora temía volver a hacerlo. Pero había algo que no dejaba de torturarla y era el recuerdo de aquella rubia en su cama hace siete años. Es verdad que entonces solo habían tenido veintidós años y que el sexo surgía como algo común y corriente, pero aun así ella se sentía dolida. Tanto que le era imposible olvidar la necesidad de vengarse. Pero, ¿conseguiría que su venganza tuviera éxito?
-Si no lo pruebas, nunca sabrás si lo habrías podido conseguir.
África saltó del sofá del susto. La tele estaba encendida y mostraba una dieta para las personas que quieren perder peso. Esa frase que había decidido por ella había salido de su televisor. Sonrió.
El día pasó rápido y cuando llegó la hora de la venganza final, fue a su habitación a arreglarse. Se puso una minifalda vaquera, con un tanga rojo debajo, una camiseta blanca de tirantes que tenía un gran escote y transparentaba sus pezones desnudos. Se miró en el espejo. El conjunto era realmente provocador, sus pies descalzos y su pelo rizado y revuelto le daba la sensación de un revolcón rápido. Sus ojos marrones brillaban por la anticipación. Realmente se veía sexy y femenina.
Fue a la cocina, sacó las fresas del frigorífico y las colocó en un tazón de cristal. Miró por la ventana y, aunque no vio a Sergio, oyó el sonido de su televisor. Salió de su piso con rapidez, antes de que se arrepintiera, y llamó al timbre de Sergio. Respiró hondo y, entonces, este abrió su puerta.
Sergio la miró de arriba abajo y sus ojos se pusieron como platos al ver su ropa y sus pies descalzos. Creyó verle tragar saliva. Estupendo.
-¿Sí?-preguntó tragando de nuevo saliva.
África cogió una fresa del tazón y con la mayor lentitud se la llevó a la boca, mordiéndola sugerentemente. El sabor penetró en su boca, dejándole un sabor ácido y dulce a la vez. Se sintió patética y llena de vergüenza mordiendo la fresa de esa forma tan erótica, pero a la vez se sintió la mujer más sexy del mundo.
-¿Tienes nata para mí?-preguntó pasando su lengua por el labio superior después de haber mordido la fresa.
Sergio recorrió con los ojos el movimiento de su lengua. África comenzó a excitarse tanto por la reacción de Sergio que parecía que no podía dejar de mirarla como por su propio comportamiento tan sensual. Sergio la cogió de la cintura y la atrajo hacia él, cuando bajó la cabeza para atrapar su boca con un beso, África la retiró sonriendo.
-Primero la nata.-le dijo mordiendo el lóbulo de su oreja.
Lo oyó gemir, pero la retiró de él sonriendo burlón.
-Muy bien. Tendrás tu nata.-le susurró al oído.
La hizo pasar al salón, donde la dejó para ir a la cocina. Cuando volvió, traía consigo un bote de nata. Se paró delante de ella, agitó el bote y echó nata sobre una pequeña fresa. África no podía dejar de seguir todos sus movimientos, hipnotizada. Miró cómo Sergio cogía esa misma fresa y la mordía hasta la mitad, dándole la otra mitad a ella. África aceptó la mitad de la fresa, y abriendo la boca dejó que se la metiera. La saboreó, su sabor ácido se extendía por el interior de su boca mezclándose con el sabor dulce de la nata. Sintió a Sergio chupar la comisura de su boca donde se había quedado un poco de nata. Entonces le quitó el tazón de las fresas de las manos y comenzó a besarla intensamente, apretando su culo con sus manos. La apretó contra él, haciendo que notara su erección, la cual era realmente grande. Sus manos apretando su culo, su boca besando su boca de una forma tan abrasadora, y su erección apretando contra su estómago la estaban excitando hasta tal punto que acabaría expulsando lava por todos los poros de su cuerpo.
La levantó del suelo, África enredó sus piernas en su cintura, y los dos comenzaron a besarse y a tocarse como si el mundo fuera a acabarse. Sergio la atrapó entre su cuerpo y la pared y con una mano comenzó a meter la mano por debajo de la falda, excitándola. Tocó su trasero, lo acarició y lo pellizcó hasta hacerla gemir. Entonces su mano abandonó su trasero para subir a sus pechos, donde metiendo la mano por debajo de su camiseta y acarició sus pechos desnudos. Los acarició haciendo círculos, sin llegar al pezón, dejándola ansiosa y necesitada porque lo hiciera. Cuando lo hizo, los apretó entre el dedo índice y pulgar haciendo que África apartara su boca de la suya para jadear.
Todo eso no era suficiente para ninguno, necesitaban más cada uno del otro. Sergio la apartó de la pared y la tumbó en el suelo frío, pero que para sus cuerpos ardientes no era ni siquiera como una simple brisa de verano. Con rapidez, comenzaron a quitarse la ropa entre los dos, deseosos de que sus pieles entraran en contacto. Una vez desnudos, exceptuando el tanga de África que Sergio había querido que se lo dejara puesto, comenzaron a besarse de nuevo, mezclando las salivas y los sabores.
Sergio dejó de besarla, haciendo que abriera los ojos para verlo echar la nata por encima de las fresas y coger una de éstas llena de nata. África lo miró expectante, Sergio sonrió y comenzó a recorrer con la fresa sus pechos, teniendo como meta la punta de sus pezones. Gimió de placer, retorciéndose debajo de él mientras él sonreía y reía satisfecho por su reacción. Pero no todo terminaba ahí, no. El rastro que había dejado de camino a sus pezones, Sergio comenzó a lamerlo, teniendo el mismo objetivo que la fresa. África lo cogió del cabello e hizo unas mezclas de gritos y gemidos de placer que los excitaron a ambos. Su tanga se humedeció por la excitación y la tela que la acariciaba cada vez que se retorcía la dejaba ansiosa porque Sergio la tocara.
Pero Sergio no atendió rápidamente a sus ruegos, sino que se entretuvo torturándola besando, lamiendo y acariciando sus pezones. Cuando se hubo saciado de ellos, bajó por su cuerpo besándolo y acariciándolo. Entonces llegó a la tira de su tanga, y acariciando el borde, comenzó a bajárselo lentamente, torturándola nuevamente. Rozó con sus dedos su sexo y eso le bastó para comprobar lo excitada que estaba. Entonces hizo algo que la asombró y excitó. Cogió el bote de la nata, lo agitó, y extendió la nata sobre su clítoris y todo su sexo. Mientras lo extendía con los dedos, gimió como una posesa, agarrándolo del pelo y arqueando el cuerpo. Pero cuando comenzó a lamer la nata, sintió un millón de estrellas explotando en su cabeza, llenándola de placer. Cada lametón de Sergio era una estrella explosiva más. Cogió su clítoris entre los dientes y lo aspiró haciéndola gritar, posiblemente se le hubiera oído en todo el edificio pero le daba igual. Lo único que le importaba en esos momentos era el placer que le estaba haciendo sentir. Explotaron todas las estrellas de su cabeza de golpe, haciendo que se corriera, pero eso no hizo que Sergio se apartara de ella, sino que dio unos lametones largos y lentos, saboreándolo.
África consiguió abrir los ojos, vio los dos cuerpos sudados, sintió el calor que desprendían, y ante todo vio la excitación de Sergio, su erección y su necesidad. Quería cogerlo y darle todo el placer que él le había dado, pero Sergio no le dejó sino que cogió el bote de nata de nuevo y apretó con una mano su estómago para que no se moviera. Volvió a agitarlo de nuevo y lo volvió a echar sobre su sexo. Pero en lugar de volver a lamerlo, la penetró lentamente, haciendo que sintiera toda su longitud. Se agarró a sus musculosos brazos, los cuales estaban a cada lado de su cabeza. Mientras la penetraba, África lo miró a los ojos llenos de deseo. La mirada de él brillaba con intensidad mientras entraba y salía dentro de ella. Al principio fue lento y una tortura, pero a medida que la excitación crecía, comenzó a moverse con rapidez y fuerza mientras que con una mano estimulaba su clítoris. Su cuerpo se alzaba para recibir sus embestidas, sus manos volaban por su cuerpo, agarrándolo cuando la excitación la acosaba. Le dejó arañazos por todo el cuerpo, mostrándole su necesidad. Sintió que volaba alto, muy alto, y ya en la cúspide de su altura, gritó, llegando al orgasmo. Sergio se introdujo dos veces más en ella, pero África le impidió terminar dentro de ella, apartándolo de ella. Con rapidez cogió su miembro e hizo que se corriera dentro de su boca. Cuando terminó, lamió la nata que le había quedado después de introducirse en ella. Había necesitado devolverle el favor.
Sergio cayó desplomado sobre el suelo, jadeando y sudando, llevándose a ella consigo. África se colocó de lado y puso su mano sobre el estómago liso y demasiado perfecto de Sergio. Ahora que veía su cuerpo desnudo después de siete años, tenía que reconocer que era estupendo, sin un gramo de grasa. Parecía más bien una escultura de algún dios griego. Su mano acariciaba su brazo delgado de arriba abajo, tranquilizándola y adormilándola.
-¿Cuánto tiempo piensas seguir con esto, África?-preguntó besándola en la sien dulcemente.
África lo miró lentamente, sintiéndose como una niña temerosa. Sabía a lo que se refería, pero su orgullo le ordenaba que se hiciera la tonta, ya que no quería admitir que había ido allí a acostarse con él sabiendo quién era realmente.
-¿Desde cuándo lo sabes?-preguntó. Era inútil negarlo. Tarde o temprano tendría que decírselo.
-Justo ha sido cuando te has corrido en mi boca.-respondió con naturalidad, penetrándola con su mirada oscura.
África sintió sus mejillas encenderse por su sinceridad. Realmente Sergio no había cambiado en siete años, seguía tan directo y sincero como siempre. Eso siempre le había gustado de él, ahora le causaba turbación.
-Solo me ha hecho falta mirarte a los ojos y ver lo que me decían en silencio.-dijo serio, esperando que ella hablara.
-Lo único que te decían era que estaba cachonda. Nada más.-respondió orgullosa.
-También eso, pero de forma secundaria. Lo que principalmente me decían, África, era que todavía me amas.-dijo de una forma que hizo que los pelos de la nuca se le erizaran.
-Eso es imposible.-gritó levantándose del suelo y alejándose de él.-No te amo, Sergio, te odio. Tanto que esto era una venganza que, obviamente, me proporcionaría placer y excitación.
Gritando, se alejó de él, poniendo todo el espacio posible entre ellos. No podía permanecer más tiempo pegada a su cuerpo, oyendo su respiración y sintiendo los latidos de su corazón.
-No. Eso es mentira. No me odias. Me amas, tanto o más que hace de siete años.-dijo acercándose cada vez más a ella.
-¡Já! No eres tan irresistible, Sergio. En siete años te he olvidado y más que olvidado. He estado con numerosos hombres. No te creas el único.-le dijo con furia, levantando los brazos y haciendo gestos con las manos.-Además, tú eres el que no me ha olvidado. Por algo estás aquí, para tenerme cerca y amarme en silencio.-le gritó señalándolo con un dedo acusador.
-Así es. Después de siete años, mi corazón sigue latiendo por el tuyo, mi cuerpo sigue deseando el tuyo, y mi mente no deja de pensar en ti.-susurró en voz alta, con su voz grave e hipnotizante.
-¡Hijo de perra! No puedes llegar después de siete años y decirme que me amas. No después de haberte acostado con aquella rubia, no después de que yo os viera.-le gritó desesperada. No quería seguir escuchándolo, no podía, le dolía demasiado.
Corrió hacia la puerta y la abrió.
-Eso no es así. Yo no me acosté con aquella rubia.-le gritó, furioso.
África giró la cabeza para mirarlo con resentimiento.
-¡Vete a la mierda!-le dijo tan furiosa como él.
Cerró la puerta tras de sí y se topó con el butanero. Él la miró asombrado, con los ojos como platos. África se dio cuenta de que estaba en pelotas y con las manos cogiendo la poca ropa que había llevado a casa de Sergio. Sonrió con naturalidad al muchacho moreno y le dijo.
-Que tengas un buen día.
Abrió la puerta de su piso y la cerró, dejando al muchacho con la boca abierta y la baba colgando. La oscuridad reinaba en su piso, encendió las luces y corrió a ducharse, queriendo olvidar la noche que había pasado con Sergio: las fresas, la nata, el cuerpo, el deseo, ¡todo!
Agotada y triste se metió en la cama, deseosa de llorar. Todo había sido un desastre, nada había salido como ella quería. Su venganza no había tenido éxito, ella había salido dañada en el proceso. Ella y su corazón. Comenzó a llorar, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, dejando un rastro hasta su barbilla. No es que se hubiera vuelto a enamorar de Sergio, sino que ya estaba enamorada. En siete años no lo había podido olvidar, tanto sus besos y su cuerpo como su mente y su personalidad arrolladora. Se había mentido a sí misma y a todo el mundo, diciendo que lo había olvidado. Y el único que se había dado cuenta, había sido él. Resignada, se durmió mojando la almohada de lágrimas.
Al día siguiente, se levantó con unas ojeras hasta el suelo, el cuerpo agotado y los ojos hinchados y rojos. Se miró en el espejo del servicio y soltó un gemido de angustia.
-¡Estoy horrible!
Se dio una ducha rápida, se puso unos pantalones cortos, una camiseta de manga corta y se hizo una coleta alta para que el pelo no le molestara. Llamaron al timbre, cuando fue a abrir miró por la mirilla para comprobar que no era Sergio, y abrió la puerta.
-¿África?-preguntó el hombre rubio.
¿Quién coño era?
-Ajá.-respondió con una inclinación de cabeza.
-Esto es para usted.-le dijo entregándole una caja envuelta.
Comprendiendo que era un mensajero, le pagó una propina, cogió la caja y dejando la puerta abierta del piso debido a que no tenía tres manos para cerrar, fue al sofá. Dejó la caja sobre la mesa y la abrió, curiosa. Dentro había una pequeña nevera roja. La sacó confusa y lentamente la abrió.
-¡Ooh!-exclamó.
Dentro había un tazón blanco con fresas grandes, rojas y frescas. Al lado había un bote de nata. Cogiendo las dos cosas, comprobó que debajo había una nota.
Espero que esto sepa expresar mejor que yo lo que siento:
Mis labios te recorren lentamente
mientras te excitas inmensamente.
Una inmensa pasión tu placer aumenta
y mi boca dulcemente te atormenta.
Siento el fuego palpitante,
de tu cuerpo vibrante.
Mis labios desciendan suavemente
donde más desea tu mente.
Tu movimiento excitante,
invita a mi boca provocante,
reposar en tu perfumada flor
para despertar todo tu ardor.
África no pudo terminar de leerlo, ya que las lágrimas inundaban sus ojos y caían sobre el papel, mojándolo y emborronándolo. Dejó la nota sobre la mesa y se giró para cerrar la puerta del piso. Se detuvo en seco al ver a Sergio mirándola, cruzado de brazos y apoyado sobre la puerta. Se secó corriendo las lágrimas y se puso furiosa.
-¿Qué haces aquí?-preguntó acercándose a él, dispuesta a echarlo.
-Antes de que digas nada, debo decirte que nunca me acosté con aquella rubia. Cuando desperté aquel día, la vi a mi lado e inmediatamente le pedí explicaciones. Me dijo que la habían contratado mis amigos para gastarme una broma.-explicó con la voz neutra.
África lo miró, estudiándolo. Realmente quería creerle. Aunque había utilizado un tono neutro, sus ojos no le mentían, se mostraban tan vulnerables mirándola suplicantemente, pidiéndole que confiara en él.
-Si no me crees, no te culpo. Es realmente muy poco creíble, pero es así.-dijo con las manos delante de él, descubriéndose ante ella.
Sintió que el corazón se le oprimía y acercándose a él, lo besó, no con pasión sino con ternura y todos sus sentimientos.
-Te creo.-le dijo con lágrimas en los ojos.-Perdóname por no pedirte explicaciones y evitar que te defendieras.-se disculpó, esperando que le perdonara.
-No hay nada que perdonar.-le dijo. La besó de nuevo, esta vez con más pasión que la vez anterior.-¿Me amas, verdad?-preguntó con voz lastimera.
-Con todo mi corazón, Sergio.-le respondió sonriendo.
Él la cogió entre sus brazos y la llevó al dormitorio entre risas y gemidos. Le hizo el amor durante toda la noche. Cuando terminaron, los dos se durmieron en brazos del otro. Y disfrutaron durmiendo juntos por primera vez desde hacía siete años.
Al año siguiente, África enmarcaba la foto que le había regalado Sergio por San Valentín. Los dos salían abrazados, felices y besándose. África comenzó a reírse cuando comprendió que era la misma foto de su sueño. Al parecer el destino había sabido elegir su mejor camino. No pudo seguir pensando en eso, ya que unos brazos comenzaron a abrazarla por la cintura, y una boca a mordisquearle el cuello. Rió y se giró hacia Sergio, dispuesta una vez más a hacer el amor con él durante todo el día.
¿Quién dijo que el mundo era cruel?
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Otro de mis votos será para mi propio relato ! :)
ResponderEliminarVOTO ESTE !