Something to say



L'hiver est à venir...




miércoles, 22 de febrero de 2012

Do you like it?

¿Os gusta el nuevo aspecto del blog? No sabéis lo que me ha costado encontrar la concordancia entre colores... jajaja. No podía soportar más aquel desorden, así que espero que os guste. ^_^
Me volví loca buscando fondos, porque algunos que me gustaban se me repetían, otros eran muy sosos, o no me gustaban, hice pruebas con otros fondos, cabeceras, colores... Pero bueno, he aquí el resultado final. Esa es la pregunta. Si acabaseis de llegar al blog, ¿os llamaría? ¿Os daría buena impresión?

¡Opiniones, quiero opiniones everywhere! :)

¡Au revoir, mes adorables!

Cali.

lunes, 20 de febrero de 2012

Definitivo

¡Hola!
Bueno, solo avisar de dos cositas:

1.- Las participantes del concurso SÍ pueden votar y SÍ pueden votar sus propias historias.

2.- Al final tampoco publicaré La Gema de Pyscis aquí, demasiado barullo de ideas. Lo siento. De momento no tendré tiempo de crear el blog oficial, peor avisaré cuando ya haya podido.

3.- (Lo sé... solo iban a ser dos cosas...) También retiraré Sin alma y con sangre durante un tiempo para arreglarlo todo. He visto las entradas de cuando comencé y estoy horrorizada... XD.

Espero que no me matéis, los dos últimos puntos significan que no habrá más blognovelas en Nubes de Verso hasta nuevo aviso. Lo siento, pero me vi obligada... ¡Tanta cosa estaba matándome! Es mi síndrome particular... meterme en demasiadas cosas a la vez... I feel sorry... T.T

¡Bisous, au revoir!

Cali.

domingo, 19 de febrero de 2012

¡UN AÑITO YA! ¡Bien, bien, genial!

¡Hey, girls! ¡Sí, yo tampoco puedo creerlo! ¡Hoy se cumple un año desde la publicación de la primera entrada!
Sin vosotras esto no hubiese sido posible, así que... ¡Gracias, muchas gracias, de verdad! Pronto traeré una imagen para celebrarlo. ¡UN AÑO! No puedo creérmelo aún... Muchas, muchas, muchas, muchas gracias.



Han sido 365 días fabulosos, comentarios que me han hecho reír, seguidoras fabulosas, entradas muy visitadas y entradas nada visitadas, muchas cosas geniales, montones de libros, ideas compartidas, nuevas amistades virtuales, tardes y tardes enteras de lectura, cambios de diseño, encuestas, remodelaciones, preguntas, respuestas, opiniones, secciones, canciones, relatos, imaginaciones mías y lecturas vuestras, imágenes, anuncios, cartas, capítulos, cambios, blogs, muchísimas gracias, concursos, publicaciones y muchas historias fabulosas que he leído en todos vuestros blogs. Ha sido realmente genial, y deseo pasar muchísimos mas años aquí, con vosotras. Merçi beaucoup. :D

¡Os quiero!
¡Au revoir, mes adorables!

Cali.

sábado, 18 de febrero de 2012

¡Cambio!

Bien, como podréis ver si vais a la pestaña "Capis", he eliminado temporalmente Seth y el Reloj de Awens junto a Changing to me. He guardado todo lo que tenía hecho y pienso modificarlo y mejorarlo para volver a colgarlo aquí de nuevo. Continuaré con La Gema de Pyscis, Andando bajo la lluvia (right here) y Sin alma y con sangre. No he puesto una fecha en la que volveré con las otras dos historias porque no sé cuando podré arreglarlas, por lo que no me matéis si tardo mucho, ¿vale?

¡Au revoir!

Cali.

P.D.: ¡Votad, please!

9º Relato - Ángel, de Dinámene Miranda L.

Ángel

A esa cosa que sentí, la opresión en el pecho cuando trataba de respirar de seguro también fue esa cosa, la falta de ideas ante cualquier mínima pregunta de seguro también fue parte de esa cosa, el dolor al enterarme que ni siquiera recordaba mi nombre de seguro fue esa cosa, y aquel montón de sensaciones que se me vinieron encima también fue esa cosa, lo sé, aquella cosa que algunos y todos, incluyendo aquellos que no lo conocen, amor. No hay duda, el amor es lo que hizo de mi corazón su centro y su eje y movió mi centro de gravedad, y rompió los límites que me habían guardado desde hace tiempo, y quebró los cristales. Aquello fue el amor, lo sé.
-¿Ángel, crees que hoy veamos a Karla?
Mi hermano gemelo está ahí, con el cabello castaño y largo parecido al mío aunque más largo, aquellos ojos oscuros parecidos a los míos pero regularmente amables y simpáticos, aquel cuerpo que tanto se parecía al mío cubierto con ropajes extraños incluso para mí.
-No, no creo. Es el primer día de clases y es difícil que la vea.
-¿Y si te busca?
Éramos 20 personas en aquella aula pintada de blanco completamente, con aquellas bancas grises que hacían que fuera tan armonioso el lugar y aún así insípido. Pero ella iluminaba el lugar con su sola presencia, aquella sonrisa traviesa e inocente que me hacia sonreír, aquellos ojos chispeantes detrás de los lentes que brillaban de emoción, aquel largo cabello oscuro que sujeto en una coleta alta cobijaba su cuello blanco, Amaranta, ella era tan linda.
-¿Vas a volver a verla?
-No creo.
Karla era la chica que desde el semestre anterior gustaba de mí, comentaba cada chiste que hacía con una linda sonrisa, e incluso alababa mi torpe música. Se la pasaba platicando conmigo de cualquier cosa y realmente me caía muy bien, era muy simpática y muy linda pero no sentía nada por ella, al menos no con la intensidad con la que estaba amando a esta chica que no se había vuelto una sola vez a mirarme.
-Ángel, si no quieres que ella te siga será mejor que le dejes claro que no te gusta. No creo que sea buena onda de tu parte que la mantengas detrás de ti. Ella es una chica con sentimientos y no se merece eso.
Como siempre, mi hermano hablando de Karla, parecía que le gustaba demasiado a él pero hasta ahora no lo había aceptado, siempre al pendiente de ella, de cada gesto suyo, de cada sonrisa, incluso de cada palabra. El mundo a veces es injusto. Mucho, diría yo.
Cuando llegó a casa mi hermano ya está ahí, yo he tardado porque fui a comprar un regalo para el cumpleaños de Karla, mi hermano ya lo tenía así que me dejo ir solo. Estoy empapado, empezó a llover justo cuando salía de la plaza, Edgar me espera con la gran sorpresa de que consiguió que Amaranta se uniera a nuestro equipo en Artes Plásticas. No es la gran cosa para mí, nunca he sido bueno en ello, mi hermano es un artista en eso, yo soy el músico, fuera de eso no tengo ningún otro talento.
-¿Qué compraste al final?
Edgar tiene su largo cabello sujeto con una liga rosa, y viste con una de esas togas raras que tanto le gustan más unos pantalones. Parece uno de esos maestros de yoga, cosa que en realidad practica todas las mañanas. Abro la bolsa que llevo en las manos y sacó un gran peluche que al final me gustó, una rana con un corazón. Edgar no se aguanta la risa.
Llega la noche inevitablemente, y la lluvia no ha dejado de caer, estoy listo para irme a dormir después de haber tocado un rato el piano que hay en la biblioteca mientras mi hermano lee un libro de un tal escritor irlandés que por lo que entendí estaba tan loco para hablar de cosas tan poco productivas en la vida. Digo, hablar del amor no nos trae una gran recompensa. Cuando me doy cuenta estoy en ese mundo que llaman sueño, y en ese mundo llamado sueño no está Amaranta, si lo pienso bien no la quiero cerca, no soy capaz de arriesgarme en un juego de tanto azar, un juego en el que la victoria no está asegurada. Camino entre aquellas bancas y lo que está frente a mí es aquella chica a la que ni siquiera soy capaz de hablarle, la chica por la que realmente siento algo. Nunca haré nada, el mutismo y la apatía es parte de mi mismo. Cuando despierto sé lo que soy aunque nadie me lo diga, sólo soy alguien muy cobarde que no es capaz de hacer nada para obtener el amor, eso es lo que soy y lo que quiero ser.
Karla está frente a mí, bromeando con mi hermano y mirándome continuamente, está más linda que de costumbre, mi hermano no deja de halagarla. Cuando le entrego su regalo y la felicito por su cumpleaños, ella me ve a los ojos y empieza a hablar.
-¿Y si mejor andas conmigo? Sería el mejor regalo que podría recibir de ti.
Todos alrededor me miran expectantes. Alzo la mirada, frente a nosotros, sentada en la mesa del fondo está Amaranta con sus amigas. El mundo se ha detenido de nuevo pero sigue su camino. Reacciono, es la primera vez en mi vida que me he sentido tan vivo.
-Lo siento. No puedo.
Y le sonrió. Las lágrimas empiezan a rodar por sus mejillas. Podría consolarla pero si lo hago entonces sólo la lastimaría más, y no quiero hacerlo, ella es una buena chica y no se merece que alguien como yo le haga daño, no pretendo hacerlo. Lo único que puedo hacer es retirarme. Mientras voy caminando siento que una mano me detiene por el brazo, mi hermano.
-¿Te estás retirando, verdad?
Asiento. Mi hermano tiene el camino libre. Me imagino que le parecía tan miserable, por eso se había mantenido fuera del asunto, pero por fin tenía su oportunidad, ojala la aprovechara.
Me detengo y pienso en Amaranta, si algo me ha enseñado aquella chica que me ha amado es que uno puede declararse, y tal vez llorar ante el rechazo, pero el mundo no se acaba ahí, lo sé. El mundo puede continuar a pesar de que alguien te lastime, eso es el chiste de la vida, y también el chiste del amor. Es posible. Camino hacia Amaranta, sé que puedo hacerlo.
-Hola- digo al fin después de mucho pensarlo.
-Hola Ángel- y me sonríe.
Esto es lo que es amor, esta felicidad. Puedo hacerlo. A lo lejos veo a Edgar consolando a Karla, y ella sonríe ante su amabilidad. Ojala ella también pueda ser feliz, al igual que yo.
Que hermosa es la nube
Que hermosa es la flor
Que hermoso el perfume,
que enciende el amor.
Que hermosa mañana
Que hermoso rubí
Que hermosa mi vida
Desde que te conocí.



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Esperamos que os haya gustado. ¡A votar

8º Relato - Crinale, de Galena


Crinale; un planeta muy humano

Lorcan estaba siendo sometido a tratamiento otra vez y Dapren observaba el procedimiento a través del cristal que formaba el cuarto en el que lo retenían. No le gustaba la manera en la que los xenógilos lo trataban, pero por supuesto, no había nada que ella pudiera hacer para detenerles, al menos no directamente.
Desde que los exploradores habían conseguido un humano todo Crinale estaba expectante. Ciertamente averiguar que hay vida en otros planetas a parte del tuyo es algo fascinante y si además consigues traer una muestra de los seres vivientes que lo pueblan la cosa se crece. La cuestión es que Dapren como xenógila entendía ese entusiasmo que sus compatriotas sentían, pero ella también podía entender como se veía la situación desde el lugar de Lorcan. Un escalofrío la recorrió al imaginar que fuesen los humanos los que la tomaran a ella a modo de objeto a investigar, después de todo lo que Lorcan le había contado no le gustaría ni lo más mínimo caer en las manos de esos monstruos.
Prueba finalizada —dijo la monótona voz de Nairno.
Lentamente, el cuerpo de Lorcan dejó de elevarse sobre su cama y comenzó a descender a medida que se despertaba del sueño inducido. Así era como conseguían extraerle información, sometiéndolo a simulaciones que le hicieran recordar. Como efectos secundarios había mostrado sentirse agotado, débil, con perdidas de memoria leves, nauseas y dolores de cabeza crónicos. No era lo que uno desea experimentar nada más despertar.
Dapren, atiéndelo —ordenó Nairno deshaciéndose de su bata violeta.
Él al igual que los demás miembros del equipo, todos hombres, abandonaban el edificio de investigación y se iban a casa después de llegar al fin de su jornada laboral, por el contrario Dapren se quedaba para atender el sujeto 0227. Antes de que los demás xenógilos se fueran Dapren se coló en el vestuario y se hizo con su morada bata que tanto orgullo le había proporcionado años atrás, cuando consiguió acceder a la base de investigación. Se vio en el pequeño espejo de su casillero y frunció el ceño ante su piel clara y azul. Unos ojos de un azul aún más claro le devolvieron la mirada y cerró la puerta del pequeño armario enfadada por sentirse tan anormal. Recogió su melena plateada en un moño y tomó la bandeja que tenía preparada antes de entrar en el habitáculo en el que Lorcan vivía.
Ya estoy aquí —le informó.
Él todavía estaba tumbado en la cama, incapaz de levantarse. Después de cada sesión la recuperación se hacía más difícil. Dapren se acercó a la cama y con un paño húmedo le retiró el sudor de la frente, donde la negra cabellera de su paciente se enredaba.
Lorcan abrió levemente los ojos y observó como Dapren lo atendía con una expresión que no podía ser otra que la de preocupación. Ese día su cabello iba recogido en un moño mal hecho, como siempre y Lorcan se preguntó si algún día llegaría a poder ver ese fascinante cabello libre de ataduras.
Estoy bien —aseguró él, que intentaba levantarse.
Debes descansar —le reprendió ella, sin embargo lo ayudó a sentarse en la cama. Dapren conocía demasiado bien a Lorcan como para saber que nunca haría uso de sus consejos.
¿Qué has visto esta vez? —preguntó ella.
Nada preocupante —mintió el chico.
Dapren descubrió su trampa y frunció el ceño, pero no dijo nada. Le acercó un vaso de agua fresca y él se encargó de vaciarlo, más tarde le ofreció un plato de gurgas y poco de pastel nafileno del que solo quedaron las migajas.
La segunda cosa más buena que tiene tu planta es la comida —dijo Lorcan una vez hubo terminado.
¿Qué es lo primero? —preguntó Dapren, que ahora recogía los platos vacíos.
Tú —contestó él mirándola fijamente.
Cambiarás de opinión ahora mismo —replicó ella sacando una inyección del pequeño estuche que siempre la acompañaba.
Tienes razón, la comida es lo único bueno —admitió Lorcan arrugando el rostro por el dolor que el pinchazo le había ocasionado.
Dapren se rió de él y enseguida lo ayudó a tumbarse cómodamente sobre la cama.
No quiero dormir, Dapren —dijo él haciendo que sus palabras sonaran más a una petición que a una afirmación.
Estás agotado, debes descansar.
Ya he dormido suficiente —señaló él.
Dapren lo miró con pena al saber que lo que temía Lorcan era volver a soñar.
Sabes que me quedaré contigo —le recordó ella sentándose a su lado en la cama y acariciando su rostro cubierto de incipiente barba; un fenómeno que le gustaba tanto como la sorprendía.
Por eso debo estar despierto, para aprovechar el tiempo.
Dapren lo miró intensamente y se le humedecieron los ojos.
He estado pensando en eso y… creo que deberíamos hacer algo —dijo intentando ocultar su llanto.
¿A que te refieres? —preguntó él confuso.
Bueno, como no consigo hacer que la gente entre en razón, podemos probar con la fuga.
¿Quieres que me fugue? —Repitió incrédulo y divertido— Sabes que esto tiene una gran seguridad, es imposible.
No, no lo es. Ya sabes que yo conozco muy bien el edificio y su funcionamiento.
No seas tonta Dapren, si me ayudas no te dejaran volver a ejercer, si no te llevan a la Kalima antes.
No me encerraran, quizá me suspendan de mi trabajo por un tiempo, pero ya está. Sabes que vivo más que un humano, no me pasará nada por perder unos años. Me encontraré a mí misma.
No, dejemos las cosas tal y como están. Puedo soportarlo —dijo Lorcan con decisión.
No, no puedes. Mañana Nairno saldrá antes con su equipo y cuando se suponga que yo vengo a atenderte saldremos los dos, para entonces los detectores ya estarán desconectados.
¿Cómo harás eso? —inquirió desconfiado.
Siempre se aprende algo si prestas atención a las palabras de Carimel, normalmente la gente no le hace caso por ser el hijo de Mafalia, pero ya ves, resulta útil.
Es un idiota —escupió él.
No digas eso, es él único que no te llama sujeto 0227 —le recordó Dapren con una mirada de reprobación.
¿Por qué lo defiendes?
¿Y por qué no?
¿Dejarás que él te ayude después de ayudarme a escapar?
¿Qué? No sé a que viene eso.
Dios, Dapren, no quiero que estés con él. La verdad, no veo que la situación esté tan mal, puedo quedarme aquí.
No, no puedes Lorcan, te matarán. Debo sacarte de aquí, ahora duermete.

***

Estaba en medio del mar y solo una frágil barca de madera me separaba de sus oscuras aguas. El sol se estaba poniendo y yo no sabía que hacía en medio del océano. No se veía tierra, ni ningún otro barco, ni ningún objeto en el mar; solo estaba yo con mi bote. Mi respiración se aceleró y mi cabeza empezó a arder al no poder encontrar una respuesta que explicara mi situación. Intenté recordar que había estado haciendo antes, pero no pude. Tampoco sabía como me llamaba ni quien era, mi cabeza punzó con dolor y mi corazón golpeó mi pecho, víctima del pánico.
Lorcan.
Alcé la cabeza con la esperanza de hallar a la mujer que había pronunciado esas palabras.
Lorcan.
Parpadeé y giré mi cabeza buscando en el infinito océano a algún ser que repetía esa palabra que pude identificar como mi nombre. Dapren. Mi corazón saltó en mi pecho y la imagen de una extraña mujer se dibujo en el aire frente a mí. Era hermosa, pero irreal. Su piel era de color azul y su pelo era parecido al plateado, de una tonalidad que no había visto nunca. El viento hacía que se agitara a ambos lados de su cara y pensé que era una diosa. Sus labios carnosos pronunciaron mi nombre y un estremecimiento me recorrió el cuerpo. Sus ojos eran grandes y de un color azul pálido que me resultaba muy familiar.
¿Dapren?
La imagen se alejó y me levanté del bote, ansioso porque volviera a acercarse. Sin embargo no lo hizo y ante el temor de perderla me tiré al agua en su busca.

Lorcan se despertó sobresaltado y con el corazón bombeando dolorosamente. Le costó un momento darse cuenta de que estaba en su cuarto, no el suyo realmente, sino aquel que le habían asignado cuando lo llevaron a Crinale.
Desarrolla fuertes sentimientos emocionales en poco tiempo. Su confianza es grande, propia de una raza inferior —dijo la monótona voz de uno de los crinalianos que lo sometían a prueba.
Cerré los puños por la rabia. No sabían absolutamente nada de los humanos pero eso no les impedía afirmar esos estúpidos juicios. Lorcan no sabía cual era exactamente lo que pretendían hacer una vez terminara el estudio, pero por las ambiciosas declaraciones de Nairno bien podían estar planeando invadir el planeta y sacar provecho de esas criaturas inferiores. Con un gruñido se sentó sobre la cama y vomitó lo que había comido ese día.
Bien, ha sido todo por hoy, podemos irnos —dijo la voz rasposa de su captor.
Levantó la vista y se encontró con Dapren, que le tendían un pañuelo.
¿Qué ha sido esta vez?
Nada malo —dijo sin mentir.
No importa, de todos modos hoy será la última.
Dapren, ya te he dicho lo que opino al respecto y…
Me da igual —lo interrumpió la chica. Otra vez llevaba el pelo recogido y Lorcan contuvo un suspiro.
No quería irse y alejarse de ella. Durante todos los meses que había estado encerrado en esas cuatro paredes ella había sido la única que lo había tratado como a un ser con sentimientos. No huía de su toque ni lo miraba como a un animal de circo. Tampoco hablaba como si él fuera tonto y no pudiera entender su propio idioma, es más, incluso había sido capaz de aprender el autóctono, pero eso no se tenía en cuenta para los estudios de los crinalianos.
Ya he preparado la ropa para que puedas ducharte, estarás más cómodo.
Lorcan entró en el pequeño cuarto de baño que tanto le había extrañado en un principio y se duchó mientras Dapren contestaba a las preguntas de Nairno sobre la salud de 0227. Con un suspiro de alivio Dapren vio como su jefe se alejaba y agradeció que no se diera cuenta de los sensores ni de las cámaras que habían sido desactivados. Ese día sacaría a Lorcan de allí, costase lo que costase.
Bien, ya estás listo —dijo cuando lo vio salir vestido con ropa limpia y el pelo mojado—. Nos vamos ya, el edificio está vacío ahora.
Dapren, creo que te estás adelantando. No va a ser tan fácil ¿Cómo voy a volver a mi casa? No se si sabes que está en el otro extremo de la galaxia.
No te preocupes, las naves tienen piloto automático; sabrán llegar.
Podría haber un fallo y entonces moriría en el espacio. Nada agradable, pienso yo.
No pensé que la razón por la que te negabas escapar era por cobardía. Sobre ese aspecto no puedo hacer nada, pero te aseguro que si te quedas morirás —dijo crudamente Dapren.
Sabes bien que no es por cobardía, Dapren. ¿Si me voy que será de ti? ¿Qué te harán? Y no me digas que nada porque nunca antes tu planeta se había visto en una situación igual. Además, caerías en las garras de Carmele.
Es Carimel —le corrigió ella.
Lo que sea, es idiota —decidió Lorcan con enfado.
¿Por qué le odias?
¿Por qué le aprecias tú? —preguntó él a su vez.
No te entiendo, Lorcan… —admitió Dapren cada vez más confusa.
¿No me entiendes? Pensaba que todo este tiempo habías estado estudiando el patrón de conducta de los seres humanos —ella asintió inocentemente y eso exasperó a Lorcan. Se acercó a ella y la sostuvo por los hombros—. Estoy celoso Dapren, celoso porque quieres echarme de tu vida y meter a ese imbécil de Carmele.
Es Carimel —tartamudeó ella.
¿Qué más da su nombre? Dime por qué quieres que me vaya ¿No me quieres a tu lado?
Sí, Lorcan, claro que sí, pero no si eso supone tu muerte. Eso no puedo soportarlo —Lorcan se acercó más a ella al sentir su llanto. Pegó su frente a la de Dapren y sintió que su corazón volaba ante sus palabras.
Entonces vente conmigo —rogó él.
No puedo, la Tierra no es lugar para mí, como Crinale no lo es para ti.
Bobadas, haremos que funcione.
Es imposible.
Entonces nos iremos a Marte, poblaremos otro planeta —bromeó él.
No podemos sobrevivir a las temperaturas extremas de tu planeta vecino.
Vayámonos a otro.
Sabes muy bien que la Tierra es el único planeta en el que encontramos vida —Dapren impidió a Lorcan contestar y continuó—. Lorcan, no funcionaría, no somos compatibles.
Claro que sí. No te preocupes, no debes temer a las personas porque yo te protegeré de ellas, podemos ir a Groenlandia, allí vive poca gente. O a Alaska.
Lorcan…
Dapren, hazme caso, si no lo intentamos nos arrepentiremos para siempre y vuelvo a recordarte que tu vida es más larga que la mía. Sería un sufrimiento horrible.
Antes de que ella pudiese replicar Lorcan juntó sus bocas y la besó desesperadamente. Hacía mucho tiempo que tenía ganas de hacer eso y le encantó descubrir que Dapren lo deseaba también. Una sensación de euforia lo recorrió por entero y al separarse de ella vio en sus ojos el amor que sentía por él. Sonrió y la besó de nuevo, contento por su aceptación.

***

Dapren miró nerviosa a los lados para asegurarse que nadie los vería llegar a la aeronave que había alquilado unos días atrás. Lorcan iba cubierto con un gran peplo oscuro que solían vestir las mujeres de edad, lo cual le escondía de posibles viandantes. No obstante la calle estaba poco transitada y llegaron sin problemas, el peligro residía en que pronto se darían cuenta de que las cámaras y los sensores, así como los demás sistemas de seguridad habían sido desconectados e irían a buscarlos. Nairno no tardaría en relacionar a Dapren con la huída y el castigo era inimaginable para una situación como esa.
Sigue adelante, no te pares —le ordenó Lorcan a su espalda.
Con las manos temblorosas, Dapren pasó una tarjeta por la ranura de la nave y esta se abrió, agitando el aire en la oscuridad. Lorcan la tomó por un codo y la subió a la nave, sin pensarlo se subió él también y cerró la puerta, una vez protegidos de la posible vista de los crinalianos se despojó de su manto.
Bien ¿y ahora qué?
Debemos conectar el piloto automático y programarlo para que vaya a tu planeta.
¿Tenemos comida?
No te preocupes por eso, está todo listo.
Entonces vamos allá.
A pesar de la prisa de Lorcan, Dapren no se movió. Miraba fijamente al frente y parecía estar en algún lugar muy lejano.
¿Dapren, va todo bien?
Sí… no sé. Nunca he salido de Crinale, y los humanos son…
No pasará nada, te lo prometo. Nadie te sabrá de tu existencia. Y si no siempre nos quedará Marte —bromeó él sacándole una sonrisa a su acompañante.
Sois demasiado inestables, cuando estés allí junto a otras personas que son como tú, te resultaré extraña y repugnante.
No digas tonterías. ¿Acaso yo te resulto repugnante? Es la misma situación y escúchame bien —le pidió levantando su barbilla—, Nairno y los demás no encontraban nada que les fuese de utilidad no solo porque su invento sea ineficaz, sino porque cada vez que soñaba con alguien, era contigo. Siempre aparecías tú de algún modo, en medio de la gente, entre las fotos, junto al río, en el parque de atracciones, en mi cuarto… siempre eras tú y nadie más.
Dapren se acercó a él en la medida que pudo y lo beso antes de abrazarlo fuertemente. Pusieron en funcionamiento la nave y despegaron hasta salir de la densa atmósfera que protegía el pequeño planeta crinaliano. Pasaron junto a sus lunas y viajaron con destino a la Tierra. O a Marte.

Fin

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Esperamos que os haya gustado. ¡A votar!

7º Relato - El hombre de mis sueños, de Allison


El hombre de mis sueños
Nuestra primera cita fue una noche en un elegante café de París. Me senté frente a él sin saber quien era, pero él parecía si saber quien era yo. Caballerosamente, me saludó poniéndose de pie con una hermosa sonrisa en el rostro. Volvió a sentarse cuando respondí a su saludo y me senté en la silla frente a él.
-Tardaste bastante- reclamó sin dejar de sonreír- pensé que pasaría otra noche esperando en vano.
-Sólo hoy escuché tu llamado- le respondí siendo sincera y miré alrededor- Me gusta el lugar ¿Quién lo eligió?
-Fuiste tú- dijo casi riendo- A mi también me gusta…
Conversamos largo rato sobre el paisaje, proyectos, intereses, gustos y disgustos para comenzar a conocernos. Se puede decir, simplemente, que él me encantó. La mañana me sorprendió, no quería despertar. Deseaba seguir durmiendo, seguir soñando con aquel hombre encantador e increíble. Pero las obligaciones de la vida cotidiana llamaban.
Seis semanas pasaron sin que volviera a soñar con él. La universidad me tenía muy ocupada, además estaban mis compromisos familiares y también con mis amigos, en fin, por la noche me dormía profundamente sin ganas ni de soñar. Pero una vez finalizados mis exámenes volví a pensar en aquel hombre de cual ni siquiera sabía el nombre, pero me sentía conocer más que a mi misma.
-Será porque es parte de mi imaginación, yo lo creé- me reí antes de meterme bajo las frazadas pensando en él, añorando volverlo a ver.
El sol descendía con rapidez para hundirse en el mar, y el cielo comenzaba a pintarse con diferentes tonos de rosa. Desde el césped, bajo una palmera en la cual apoyaba mi espalda, disfrutaba de la puesta de sol oyendo suavemente el mar. Mi corazón estaba en completa calma unos segundos antes de divisarlo caminando por la orilla de la playa. Nos separaban muchos metros pero mis piernas, ansiosas por el re-encuentro, me llevaron a gran velocidad a su lado.
-¡Viniste!- la sonrisa dibujada en su rostro me emocionó y la calma de mi corazón desapareció, convirtiéndose en una vertiginosa sensación de felicidad.
-Me mataban las ganas de verte- confesé- pero estaba tan preocupada y ocupada por mi deberes que ni siquiera podía descansar, menos aun soñar.
-Te comprendo- dijo tomando una de mis manos como si fuera algo común entre nosotros- También he estado absorbido por mis obligaciones, pero lo importante es que ahora estamos aquí y podemos disfrutar de este hermoso paisaje- alzó nuestras manos para señalar la playa y el ocaso que se extendían frente a nosotros.
Caminamos por la arena mojada oyendo las olas que reventaban en las cercanías, sintiendo la brisa y el olor del mar ¡Todo parecía tan real! Por un momento disfrutamos de lo que nos rodeaba, la paz y tranquilidad que el paisaje nos brindaba, pero pronto nuestra atención se centraba en el otro. Quiso saber cómo iba en la universidad, cómo estaba mi familia y quienes eran mis mejores amigos. Le hice las mismas preguntas tentando a mi imaginación, a que golpeara mostrándome que no podía crear a mi hombre perfecto realmente, aunque después de un rato olvidé que era un sueño y me parecía hablar con alguien real en un lugar real.
La segunda cita acabó rápidamente al sonar el despertador. La tristeza quiso apoderarse de mí cuando abrí los ojos y vi mi solitaria habitación, pero entonces pensé en lo increíble que había sido todo a su lado, el paseo por la playa, el hermoso atardecer acompañado de un crepúsculo aun mejor, su mano firme entrecruzando sus cálidos dedos con los míos. Ese día me levanté feliz.
-Estás loca- me dijo mi mejor amiga cuando le hable del hombre de mis sueños- debes dejar de leer novelas antes de dormir o tendré que llevarte a un psicólogo- Sonó a broma, pero mi interior, muy en lo profundo, en un lugar que deseaba ignorar completamente, me advertía que era mejor tomar eso en serio, no debía volver a hablar de alguien irreal frente a los reales.
Las cosas no iban bien en mi casa, discutía constantemente con mi madre, aunque casi nunca conociera realmente el motivo de las discusiones. Además cada noche gritaba a mi hermana para que apagara la música así yo poder dormir tranquila. Pero las discusiones con mi madre y los gritos a mi hermana sólo provocaban que me acostara intranquila y enojada y no pudiera pensar cosas buenas antes de dormir.
-¡Desapareces muy seguido!- me reclamó cuando nos encontramos en un oscuro callejón- ¿Y qué es este lugar? Hace días que cada vez que te busco me veo en sitios oscuros y no te encuentro por ninguna parte. Me tenías muy preocupado.
Por aparecer de pronto me había sobresaltado, pero el miedo fue rápidamente remplazado por la alegría de verlo y de saber que estaba preocupado por mí.
-Lo siento- me disculpé acercándome para abrazarlo, se sentía extraño tenerlo entre mis brazos, sentirlo tan real y saberlo tan imaginario- últimamente no he dormido bien, he tenido muchas pesadillas…
-Con mayor razón debes buscarme… Cada noche estaré allí contigo para ayudarte a enfrentar tus pesadillas. Juntos podemos cambiar todo- sentí su rostro entre mis cabellos y una inmensa calma se apoderó de todo mi ser. Una calma que solo su compañía podía transmitirme.
El callejón desapareció y nos vimos rodeados por la ciudad en que viví de niña. En esa ciudad había una bella iglesia a la cual se subía por una escalera de piedra. Nos sentamos sobre la escalera, apegados uno al lado del otro, y frente a nosotros brillaba la luna. Dejamos de lado mis problemas y hablamos sobre nuestros deseos para el futuro.
Aprendí que siempre que lo deseara lo podría encontrar en mis sueños y eso me hizo muy feliz en un principio… Casi todas las noches me las pasaba hablando con él, recorriendo hermosos lugares, viviendo un hermoso sueño del cual no quería despertar, porque permanecíamos juntos de esa manera. Pero comencé a temer… No vivía la realidad, pasaba los días deseando dormir y encontrarme con él en mis sueños, solo pensando en él y nada más que él, un producto de mi imaginación solo existente en mis sueños. Y eso me estaba aterrando, mi vida se resumía a las horas de inconciencia a su lado en una realidad inventada por mi mente, por lo que tomé una decisión. Me dolía cada noche cerrar los ojos y desear no verlo, no soñar con él, pero era lo mejor. No podía seguir amando a un producto de mi imaginación, no quería seguir amando a quien sólo podía ver cuando dormía.
-Dime qué ocurre- me rogó tomando mi rostro entre sus manos para que lo mirara a los ojos, ellos estaban llenos de tristeza y tuve ganas de llorar, su tristeza era tan inmensa como la mía, aunque la mía sí era real y eso era aún más doloroso- Llevas días extraña, además no nos vemos tan seguido como antes y siempre te vas pronto.
-No puedo seguir…- otra vez estábamos en el callejón- Te quiero más que a nadie y eso me está volviendo loca. Cada noche a tu lado ha sido hermosa pero me ha apartado de la realidad.
-Lo sé- dijo dejando caer sus manos, pero yo seguí mirándolo a los ojos- También es difícil para mí. Lo he pensado bastante y no sabes las veces que quise no ser parte sólo de tus sueños. Yo quiero estar contigo también en la realidad.
-¡Pero no se puede!- le interrumpí con enojo- Ahora desearía no haber seguido esa… esa sensación, ese presentimiento, llamado o lo que fuera, que me decía que alguien me buscaba. Daría lo que fuera por no haberte buscado, por no haberte visto en ese café en París- ya no podía contener las lágrimas- ¡No quiero seguir amando a alguien que no es real! Quiero una vida normal, quiero amar a un hombre real…
-Yo soy tan real como cualquier otro- dijo con seriedad- te amo y si tú me amas cómo dices, podemos hacer lo posible para vernos en el mundo real. Sé que será algo chocante…
-¿Quieres volverme loca?- le grité, parecía estarse burlando de mí- Esto es demasiado- metí la cara entre mis manos- Necesito un psicólogo, no, mejor un psiquiatra…
-Dime tu nombre- pidió tomando mis manos apartándolas de mi rostro, me negué- Esto es estúpido- dijo casi riendo- llevamos meses y no nos hemos dicho nuestros nombres, nos conocemos casi completamente… Mi nombre es Raziel y soy un hombre de carne y hueso que no descansará hasta demostrarte que lo nuestro es real. ¡Hasta este momento no sabía que todo lo veías como un simple sueño! Creí que estabas enterada…- puso los ojos en blanco- Si me pongo en tu lugar, la ignorancia, también creería que es un locura todo lo que estoy diciendo así que… ¿Me amas?- asentí confundida por todas sus palabras- Entonces cuando despiertes busca información sobre el desdoblamiento.
-¿El qué?- fruncí el ceño aun más confundida. Tomó mi mano y sacando un lápiz de su bolsillo escribió sobre mi palma aquella palabra- ¡Eso no importa!- retiré mi mano y la cerré en un puño- Te dije que ya no quiero seguir con esto. Hoy quise verte para despedirme, por favor no aparezcas más en mis sueños- le rogué ocultando el dolor que la idea de no verlo más me provocaba.
-Si tú quieres no estaré más- me aseguró desviando la vista- pero debes saber que si nuestras almas se encontraron aquí lo volverán a hacer en otro momento. Además… Esto no es de locos.
Me quedé sola en el callejón y las pesadillas me quisieron atacar pero el bendito despertador me salvó. Me senté sobre la cama con tristeza, sentía que había perdido una parte de mí con esa ficticia despedida. Entonces abrí mis manos que estaban en puños y me sorprendí al ver una mancha de tinta azul sobre mi palma derecha. Entre sorprendida y asustada corrí al baño y prometí que comenzaría a ir al psicólogo.
Pasé meses tomando pastillas para dormir y cada amanecer era feliz de saber que mis sueños ya no se estaban apoderando de mi razón. Raziel no volvió a aparecer pues no soñaba. Pude continuar con mi vida tal como lo hacía antes del encuentro en el café de Paris. Pero mi alma sufría, aún no me creía el cuento de las almas buscándose, pero no podía negar que jamás pude sacarlo de mi mente menos aun de mi corazón. Jamás logré enamorarme de otro pues él era el hombre de mis sueños.
Habían pasado tres años. Caminaba por los pasillos de una hermosa librería cuando mis ojos se cruzaron con su mirada. Era él, estaba segura, esos ojos que tantas veces me miraron en diferentes partes del mundo, se volvían a fijar en mí. Quise llorar de emoción y de miedo sintiéndome una loca. Raziel sonrió acercándose mientras yo no sabía si correr a la puerta, a sus brazos o, simplemente, quedarme allí. ¿Era un sueño? ¿Había vuelto a soñar con él? ¿en qué momentos me dormí deseando verlo de nuevo?
-Hola ¿Qué haces por aquí? Creí que no querías volver a verme.
-¿Lo conoces?- me preguntó mi hermana que me acompañaba ese día en busca de un libro de regalo para mamá.
-Mi nombre es Raziel. Y tú debes ser Karla, tu hermana me hablaba bastante de ti…
-¿Hablaban? Supongo que esto es un rencuentro así que será mejor que me vaya y los deje solos ¿Nos vemos en casa?- Asentí y ella se despidió.
-¿Esto es real? O ¿Estoy soñando?- Dije encarándolo.
-¿Real?- se acercó y tomó mis manos entre las suyas- Te lo dije, nuestras almas se encontraron antes de tiempo en nuestros sueños, pero llegaría el día de reunirnos en carne y hueso. Veo que nunca investigaste la palabra que te dije- negué aun incrédula de que todo fuera real- ¿Quién era aquella que te amó mientras dormías? ¿Dónde van las cosas del sueño? ¿Se van al sueño de otros?- Recitó con voz calmada, la misma que llegó a decir que me amaba en sueños.- Es de Neruda y tú no los has leído porque no te gustan los poemas, entonces ¿Cómo podría tu imaginación saberlo ahora?
-Tal vez lo escuché… ¡Ah!- me piñizco el brazo con fuerza
-¿Estás despierta?- Lo miré con los ojos abiertos a más no poder.
-Eres real… eres real… Esto es imposible… Pero eres real…- quise reírme pues sentía mi alma y corazón, rebozar de alegría.
-Es real, somos reales. Nuestro amor siempre ha sido real. Mi alma y la tuya al parecer estaban desesperadas por encontrarse y no quisieron esperar hasta este momento por eso se adelantaron buscándose en los sueños. El amor verdadero traspasa cualquier barrera, ya sea física o espiritual. Yo te amo, siempre te amaré sea en esta vida o en otra.
Salimos de la librería y nos sentamos en una plaza que había cerca. Durante un largo rato me estuvo dando explicaciones sobre nuestros encuentros en los sueños, que era un don el hacer viajes en los sueños, el poder desconectarse del cuerpo y vivir sólo como almas mientras dormimos entre otras cosas incomprensibles para mí.
-Esto demasiado complejo y la verdad es que no me interesa encontrarle un sentido lógico, sólo quiero volver a ser feliz a tu lado. Ahora que sé que eres real quiero que volvamos a vivir en este mundo todos nuestros sueños, no quiero volver a perderte. Creo que todo esto es una locura, pero no me importa porque te amo, porque no quiero volver a estar sin ti, sólo contigo siento mi alma completa.
Las lágrimas corrieron por mi rostro cuando sentí sus labios sobre los míos, estábamos juntos, era real pero tan hermoso que resultaba onírico. Esta vez no dudé, no haría sufrir más a mi alma. Él era mi otra mitad, mi alma gemela y lo amaría siempre fuera en el mundo real o en el plano espiritual.
-Ahora que lo recuerdo, mi nombre es Elena- dije casi riendo- Aunque creo que no necesitamos nombres. Nuestras almas tienen un lenguaje especial para llamarse y no es nada más que el amor.

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6º Relato - Fresas y Nata, de Alison MacGregor


FRESAS Y NATA

África volvió a mirar por la ventana por decimoséptima vez en los cinco minutos que llevaba en la cocina. Se sentía algo patética, pero no podía evitarlo. Desde que se había mudado el nuevo vecino al piso de en frente no había dejado de espiarlo. Llevaba así una semana y dos días contados. La verdad, cualquiera que estuviera en su situación haría lo mismo, ya que el tío estaba como un queso. Y por si fuera poco, el tío se paseaba desnudo por su casa sin importarle que una mujer como ella, que llevaba sin echar un polvo más de un año, pudiera estar mirándole con la baba colgando. Definitivamente el mundo era cruel.
Salió de la cocina y se dirigió al televisor a ver el primer programa que la despejara. Lo encendió y justamente oyó la puerta de en frente abrirse y cerrarse al momento. No supo cómo ni cuándo su cerebro ordenó a sus pies salir corriendo hacia su propia puerta y abrirla. Pero sí supo cuándo su cerebro registró en su memoria al tío más guapo que había poblado la tierra. Su pelo negro y mojado por el agua estaba un poco largo, pero a ella le encantó, sus ojos oscuros realmente la derretían y su boca era perfecta e irresistible. Definitivamente el mundo no era cruel.
África se sintió algo ridícula ahí en su puerta mirándolo embobada y él mirándola como si esperara que le hablara. Obviamente no podía decirle que había salido a verlo. No.
-Hola.-dijo.-¿Has llamado tú a la puerta?-preguntó con las mejillas como un tomate de la vergüenza. Realmente era algo patético como excusa.
-No.-respondió sonriendo.
-Ahh.-¡Qué patética!-Habrá sido un gamberro listillo.-dijo pobremente. Que la tierra la tragara, por Dios.
-No sé. Yo no he visto a nadie.-dijo volviendo a sonreir.-Por cierto, me llamo Sergio.-dijo alargando la mano para estrechársela.
África la tomó y sintió su fuerte apretón en los dedos. Se fijó en ello, se dio cuenta de que eran alargados y masculinos y, ante todo, no llevaban alianza. Las mejillas se le sonrojaron ligeramente, o eso esperaba, cuando pensó en sus dedos y lo que podrían hacer. Su horror creció al darse cuenta de su obsesión por ese hombre. Apartó la mano de él como si fuera ácido.
-Yo soy África.-respondió. Buscó desesperadamente un tema de conversación para retenerlo un poco más.
-Un nombre peculiar.-dijo sonriendo, pero sin enseñar los dientes. África se extrañó un poco por esa sonrisa, ya que parecía un poco falsa.
-Bastante.-dijo, pero realmente el tema de su nombre no le interesaba mucho.-¿Conoces a muchas chicas con ese nombre?-preguntó.
-Solo una. Fui con ella a la Universidad. Éramos muy buenos amigos.-respondió y sintió como si sus ojos la escrutaran en busca de una respuesta.
-¿Erais? ¿Ya no os véis?-preguntó curiosa.
-No.-respondió serio.-Me tengo que ir. Un placer conocerte.
Y sin más, se marchó escaleras abajo. África frunció el ceño extrañada por su despedida brusca y entró en su casa. Miró el reloj y ya eran las 14:10. El estómago le recordó que debería ir preparando ya la comida y se dirigió a la cocina para ver qué podía hacer. Abrió el frigorífico y el alma se le cayó a los pies. Solo quedaban unos filetes de la noche anterior. Se hizo un sándwich y pensó que ya era hora de ir a hacer la compra. Bueno ya iría por la tarde.
Las horas pasaban mientras limpiaba la casa y cuando se quiso dar cuenta ya eran las 19:00 de la tarde. Corrió a ducharse y cuando ya salió con un simple vaquero y una camiseta de manga corta, fue a la cocina y cogió un vaso de agua. Miró por la ventana hacia el piso del vecino, se dijo que lo hizo por costumbre más que nada, y se atragantó con el agua. Sergio iba desnudo por su casa, secándose el pelo con una toalla y dándole la espalda a la ventana.
Realmente tenía un culo para morirse. Unos hoyuelos marcaban el nacimiento de su trasero y África se vio a sí misma hundiendo su lengua en ellos. Sus entrañas se contrajeron por el deseo y el vaso que tenía en la mano se cayó al suelo, rompiéndose el cristal en pedazos.
-¡Mierda!-gritó asustada y furiosa.
El sonido debió llamar la atención de Sergio porque este se giró, seguramente curioso del ruido. África se agachó corriendo para que no la viera. Intentó recoger los pedazos de cristal para disimular ante Sergio. Pero estaba segura de que el vecino le había visto espiándolo de nuevo o sino se lo habría imaginado.
-¿Estás bien?
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Me ha visto, seguro.
-S…sí.-respondió asomándose por la ventana.
Esto era para película. Ahí estaba Sergio mirándole con una sonrisa en la cara, burlándose de ella con esos ojos oscuros.
-¿Te has cortado?.-preguntó sonriendo.
Le había visto, seguro. Si no fuera así, no habría sonriendo. ¿Se podía ser más ridícula? Lo principal era comportarse con naturalidad, como si hubiera estado fregando y su vaso se hubiera roto por accidente, en lugar de mirando el culo del vecino nuevo.
-No, estoy bien, gracias.-le dije con la mayor naturalidad.
África miró sus ojos y sintió algo extraño. Esos ojos le sonaban, eran oscuros y penetrantes, pero como de costumbre serían imaginaciones suyas. Frunció el ceño, ya que no podía sacarse de la cabeza la sensación de esos ojos mirándola, acariciándola. Era todo muy extraño.
Sonrió y cerró su ventana, dando así por terminada la conversación. África pensó, de camino a la tienda, que debería plantearse dar un giro a su sexualidad. No quería decir que tenía que volverse lesbiana, pero sí empezar a salir con más hombres y no hacerse tanto la estrecha con ellos. Llevaba más de un año sin sexo y ya se sentía algo desesperada. Todo hubiese seguido normal, sin ganas de sexo y sin importarle que no lo tuviera, si no fuera porque Sergio había aparecido en el piso de en frente con el cuerpo de un verdadero dios griego. Ahora el deseo había renacido en ella, provocándole la necesidad de tirarse a los brazos de cualquier hombre para pasar un buen rato. Era eso o ir al piso de Sergio y lanzarse sobre su boca. En cualquier caso, las dos opciones eran muy alocadas, pero ¿cuándo dejó ella de ser la chica rebelde, que no le importaban las normas y hacía lo que sentía? Ahh, ya sabía cuando, el día que pilló al chico que quería en la cama con otra. Sí, ese día se había llevado su espíritu impetuoso. Había sido hace siete años, el día de San Valentín, ella había estado saliendo con un amigo de la universidad, y ella había decidido ir a darle una sorpresa a su piso, ya que llevaban dos semanas sin verse. Ella había abierto la puerta de su piso, tenía la llave, y había entrado llamándole a gritos como de costumbre. Entonces había sido cuando lo había visto dormido en la cama con una rubia despampanante. Había salido corriendo del piso, sin mirar atrás. Se había ido de la Universidad para ir a estudiar a otra y desde entonces no lo había vuelto a ver. Nunca le había devuelto las llamadas. Ahora que lo pensaba, era mucha casualidad que su novio de la Universidad y el vecino que vivía en frente se llamaran igual, Sergio. Bueno había muchas personas que se llamaban así. Además no se parecían mucho.
En la tienda, mirando los diferentes chocolates donde tenía que elegir sintió que las piernas no le respondían y lentamente cayó al suelo de rodillas. La confusión, la sorpresa, la tristeza y la desilusión la embargaron. No es que el Sergio de su pasado y el Sergio de su piso de en frente fueran distintas personas, eran la misma. Sus ojos lo delataban. Puede que el rostro no fuera el mismo, solía ocurrir después de siete años. Pero sus ojos seguían siendo iguales, mirándola con deseo y amor. Aunque África estaba segura que esto último ya no era así. Se levantó corriendo, pagó la compra que había hecho y corrió hacia su piso donde, después de dejar la comida en sus respectivos lugares, buscó las fotos que tenía de la Universidad. Hace siete años había roto todas las que tenía excepto una, ya que le había sido imposible hacerlo y en lugar de ello, la había escondido en el último cajón de su armario donde nunca más la volvería a buscar.
Cogió la foto y la examinó después de siete años. Los dos salían riendo, felices y enamorados. Había sido un mes antes del día de San Valentín. Las lágrimas asomaron a sus ojos, pero no eran de amor sino de desprecio. Estaba segura. Después de siete años, el amor que una vez sintió por Sergio, se marchitó. No podía estar más segura.
El rencor y la rabia que volvieron a ella después de tantos años, la hicieron pensar en la mayor locura que nunca antes había hecho. Le haría sufrir de una manera que no olvidaría, ya que cuando él se levantara por la mañana lo haría pensando en ella y cuando se fuera a la cama por la noche lo haría deseando que ella estuviera junto a él. Le haría pagar el dolor que le hizo sufrir durante años hasta que consiguió olvidarlo.
Pero no lo haría esa noche, sino dentro de dos días, la noche antes de San Valentín. Fue a su dormitorio y se acostó en su cama sin cenar, ya que no tenía el estómago con ganas de meterle comida. Se levantó al día siguiente nerviosa, pero fresca como una lechuga. Fue a la cocina y se preparó el desayuno. Miró por la ventana y la respiración se le atascó. Sergio caminaba por su casa en calzoncillos, de Calvin Klein seguro, con una erección mañanera. Sus ojos prepararon todo su potencial para seguirlo por la casa. Realmente su cuerpo era una maravilla, fuerte, musculoso, atlético, deseable. Lo que más le gustaba era su espalda ancha y musculosa por la que tantas veces había pasado sus manos. Movió la cabeza de un lado a otro y se fue hacia el servicio para darse una ducha bien fría. No entendía cómo un cuerpo podía ponerla tan caliente.
Salió de la ducha y se dirigió a la puerta de salida. Cuando abrió, se encontró en frente de Sergio, el cual había estado a punto de darle un puñetazo en la cara, ya que este parecía tener la intención de llamar.
-¡Vaya! ¡Qué casualidad!-dijo sonriendo, enseñándole todos sus perfectos dientes blancos.
¿Por qué tenía que ser tan guapo?
-Hola.-le dije con naturalidad. Aunque la verdad no sabía si podía seguir guardándose el puñetazo que estaba deseando darle por no decirle quién era.-¿Qué te trae a este lado del rellano?
-Invitarte a salir, naturalmente.-dijo sin vacilación.
África se sorprendió, ya que no se lo esperaba. No supo qué decir.
-¿Qué me dices?-volvió a preguntar sonriendo.
¿Es que nunca dejaba de sonreir? Por lo visto no. Seguramente sabía el efecto que causaba su sonrisa sobre las mujeres. Su orgullo quería que le dijera que no pensaba salir con él ni hasta la esquina, pero no, no haría eso, ya que era una oportunidad que no podía desperdiciar para que su vendetta tuviera éxito. Puso la mejor de sus sonrisas y con naturalidad y coqueteo le dijo.
-Por supuesto. ¿Dónde me llevarás?
-Había pensado al cine, ya que es nuestra primera cita.-respondió todo corazón.
¿Cita? ¿Primera? Mentiroso, hijo de perra. No era su primera cita con ella. Estuvo a punto de soltárselo a la cara, pero se contuvo.
-Me parece estupendo.-dijo. No sabía si su sonrisa había dado un giro drástico y se había vuelto falsa, pero no podía evitarlo.-¿Esta noche te parece bien?
-Fantástico.-respondió.
Acordaron la hora y que él pasaría a por ella. El resto del día aprovechó para limpiar el piso e ir a la tienda a por frutas, entre ellas fresas. Se arregló un poco cuando llegó la hora de ir al cine. Unos vaqueros y una camisa roja hacía juego con sus cuñas del mismo color. Su cabello rubio y rizado lo recogió en una coleta alta, ya que su pelo ese día se había vuelto bastante rebelde.
Sonó el timbre y fue a abrir con tranquilidad, no queriendo que Sergio pensara que estaba desesperada por salir con él. Nada más lejos de la verdad, solo quería vengarse, no había sentimientos románticos de por medio. Ni los habría nunca.
Abrió la puerta y su corazón se saltó un latido. Ahí tenía al hombre más guapo del mundo, de la galaxia y del universo entero. Su pelo negro engominado, su camiseta blanca que marcaba sus musculosos brazos y su fuerte pecho, sus vaqueros desgastados y sus deportivas le daban un aire sumamente irresistible. Se lo comería entero.
Él la miró de arriba abajo sin cortarse un pelo. Cuando llegó a sus pechos se los quedó mirando con intensidad, haciendo que sus mejillas se sonrojaran. Después de lo que a ella le parecieron horas, levantó la vista a su rostro y sonrió. África creyó ver en sus ojos ternura, pero desechó esa posibilidad como imposible.
Fueron al cine y vieron una comedia romántica que les hizo reír intensamente todo lo que duró esta. Después la invitó a tomar una copa a un bar cercano. Charlaron como amigos de toda la vida, pero intentando que ninguno descubriera al otro. Tanto África como Sergio creían que el otro pensaba que no había descubierto la verdadera identidad de cada uno. Pero no era así, ya que África sí lo había hecho, pero a diferencia de esta, Sergio sí quería que ella lo descubriera sin tener que decírselo él mismo.
Cuando llegaron al rellano sonrieron incómodos, ya que era extraño que la noche terminara de esa manera, sin un beso ni nada.
-Gracias por la invitación. Me lo he pasado realmente bien.-dijo África mientras abría la puerta de su casa.
-De nada.-respondió Sergio mirándola intensamente.
África se acercó a él para darle un beso de gratitud en la mejilla, pero Sergio cogió su rostro y lo acercó a sus labios, los cuales comenzaron a besar los de ella. Su lengua invadió su boca y su sabor la excitó, ya que sabía a whisky, el mismo que había bebido durante la noche. Sus besos la embriagaron hasta dejarla atontada y sin sentido. Pero no tanto para olvidar que tenía un plan pendiente. Lo empujó contra la pared, excitándolo, y se apretó contra él para que notara cada parte de su cuerpo. Su lengua empujaba contra la de Sergio, mezclando los sabores de su boca. Las manos de Sergio apretaban su cintura, excitándola de una forma sorprendente. Sus manos viajaban por el pecho fuerte de Sergio, haciéndola recordar sentimientos olvidados y enterrados.
Separó sus labios de los de él y lo miró a los ojos. Vio sus ojos cerrados y cómo los abrió poco a poco y con renuncia, como si no quisiera olvidar ese momento volviendo a la realidad. Cuando los abrió, estos brillaban de deseo, pero mostrando una ternura que le cerró la garganta. Se retiró de él, temerosa por primera vez de su plan.
-Gracias por la cita.-dijo temblando.
Entró en su piso con la mayor rapidez y cerró la puerta, dejando a Sergio confundido y con una excitación palpable. Su cuerpo desprendía calor, sus labios estaban hinchados por el beso y sus pezones excitados. Se fue a dormir y los sueños comenzaron a acosarla.
Caminaba por un gran pasillo oscuro y largo y este de repente se dividía en dos. Dos puertas abiertas se presentaban ante ella: la de su derecha le mostraba a Sergio y a ella abrazados, sonriendo, felices y besándose; la de su izquierda le mostraba una visión de ella mudándose de piso, llorando, destrozada. No entendía nada. ¿Acaso tenía que elegir entre las dos puertas? ¿Simbolizaba sus dos destinos?
De repente se levantó de la cama, sudando y temblando. Se pasó una mano por el pelo, intentando despejarse y olvidarse de ese sueño. Había sido todo muy extraño. Se había sentido feliz observando la primera puerta, pero esa felicidad le había parecido tan lejana. Mientras que observando la puerta número dos se había sentido deprimida, pero ese destino, si así lo era, lo sentía más cercano. La piel se le puso de gallina e intentó olvidarla. Miró la hora y ya eran las 8:00 de la mañana. Se levantó y fue a darse una ducha, para limpiarse el sudor que cubría su piel.
Ya duchada, fue a la cocina a tomar una taza de café. Y una vez más, como siempre, miró por la ventana. Pero esta vez no vio a Sergio. No vio nada, solo una simple cocina vacía que daba a un salón. Por alguna extraña razón se sintió desilusionada. Era una tontería, por supuesto, obviamente todavía le duraba la confusión del sueño que había tenido esa noche. Nada más.
Abrió el frigorífico y lo primero que vieron sus ojos eran las fresas que había comprado el día anterior. El estómago se le contrajo, ya que esas fresas iban a ser parte de su plan. Pero ahora que lo pensaba no sabía si debería seguir con él. Las fresas la hacían sentir patética, ya que nunca había hecho lo que tenía pensado hacer.
Se sentó en el sofá con la tele encendida y pensó en su plan. No sabía si tendría éxito. Realmente, después de la noche anterior, tenía que reconocer que no era tan inmune a Sergio como creía. El deseo que una vez sintió por él, seguía latiendo en sus venas y eso la asustaba. En la cita lo había pasado realmente bien con él, le había hecho revivir sentimientos que creía olvidados. Había sido amable, generoso, divertido,…todo lo que una vez la había enamorado. Y ahora temía volver a hacerlo. Pero había algo que no dejaba de torturarla y era el recuerdo de aquella rubia en su cama hace siete años. Es verdad que entonces solo habían tenido veintidós años y que el sexo surgía como algo común y corriente, pero aun así ella se sentía dolida. Tanto que le era imposible olvidar la necesidad de vengarse. Pero, ¿conseguiría que su venganza tuviera éxito?
-Si no lo pruebas, nunca sabrás si lo habrías podido conseguir.
África saltó del sofá del susto. La tele estaba encendida y mostraba una dieta para las personas que quieren perder peso. Esa frase que había decidido por ella había salido de su televisor. Sonrió.
El día pasó rápido y cuando llegó la hora de la venganza final, fue a su habitación a arreglarse. Se puso una minifalda vaquera, con un tanga rojo debajo, una camiseta blanca de tirantes que tenía un gran escote y transparentaba sus pezones desnudos. Se miró en el espejo. El conjunto era realmente provocador, sus pies descalzos y su pelo rizado y revuelto le daba la sensación de un revolcón rápido. Sus ojos marrones brillaban por la anticipación. Realmente se veía sexy y femenina.
Fue a la cocina, sacó las fresas del frigorífico y las colocó en un tazón de cristal. Miró por la ventana y, aunque no vio a Sergio, oyó el sonido de su televisor. Salió de su piso con rapidez, antes de que se arrepintiera, y llamó al timbre de Sergio. Respiró hondo y, entonces, este abrió su puerta.
Sergio la miró de arriba abajo y sus ojos se pusieron como platos al ver su ropa y sus pies descalzos. Creyó verle tragar saliva. Estupendo.
-¿Sí?-preguntó tragando de nuevo saliva.
África cogió una fresa del tazón y con la mayor lentitud se la llevó a la boca, mordiéndola sugerentemente. El sabor penetró en su boca, dejándole un sabor ácido y dulce a la vez. Se sintió patética y llena de vergüenza mordiendo la fresa de esa forma tan erótica, pero a la vez se sintió la mujer más sexy del mundo.
-¿Tienes nata para mí?-preguntó pasando su lengua por el labio superior después de haber mordido la fresa.
Sergio recorrió con los ojos el movimiento de su lengua. África comenzó a excitarse tanto por la reacción de Sergio que parecía que no podía dejar de mirarla como por su propio comportamiento tan sensual. Sergio la cogió de la cintura y la atrajo hacia él, cuando bajó la cabeza para atrapar su boca con un beso, África la retiró sonriendo.
-Primero la nata.-le dijo mordiendo el lóbulo de su oreja.
Lo oyó gemir, pero la retiró de él sonriendo burlón.
-Muy bien. Tendrás tu nata.-le susurró al oído.
La hizo pasar al salón, donde la dejó para ir a la cocina. Cuando volvió, traía consigo un bote de nata. Se paró delante de ella, agitó el bote y echó nata sobre una pequeña fresa. África no podía dejar de seguir todos sus movimientos, hipnotizada. Miró cómo Sergio cogía esa misma fresa y la mordía hasta la mitad, dándole la otra mitad a ella. África aceptó la mitad de la fresa, y abriendo la boca dejó que se la metiera. La saboreó, su sabor ácido se extendía por el interior de su boca mezclándose con el sabor dulce de la nata. Sintió a Sergio chupar la comisura de su boca donde se había quedado un poco de nata. Entonces le quitó el tazón de las fresas de las manos y comenzó a besarla intensamente, apretando su culo con sus manos. La apretó contra él, haciendo que notara su erección, la cual era realmente grande. Sus manos apretando su culo, su boca besando su boca de una forma tan abrasadora, y su erección apretando contra su estómago la estaban excitando hasta tal punto que acabaría expulsando lava por todos los poros de su cuerpo.
La levantó del suelo, África enredó sus piernas en su cintura, y los dos comenzaron a besarse y a tocarse como si el mundo fuera a acabarse. Sergio la atrapó entre su cuerpo y la pared y con una mano comenzó a meter la mano por debajo de la falda, excitándola. Tocó su trasero, lo acarició y lo pellizcó hasta hacerla gemir. Entonces su mano abandonó su trasero para subir a sus pechos, donde metiendo la mano por debajo de su camiseta y acarició sus pechos desnudos. Los acarició haciendo círculos, sin llegar al pezón, dejándola ansiosa y necesitada porque lo hiciera. Cuando lo hizo, los apretó entre el dedo índice y pulgar haciendo que África apartara su boca de la suya para jadear.
Todo eso no era suficiente para ninguno, necesitaban más cada uno del otro. Sergio la apartó de la pared y la tumbó en el suelo frío, pero que para sus cuerpos ardientes no era ni siquiera como una simple brisa de verano. Con rapidez, comenzaron a quitarse la ropa entre los dos, deseosos de que sus pieles entraran en contacto. Una vez desnudos, exceptuando el tanga de África que Sergio había querido que se lo dejara puesto, comenzaron a besarse de nuevo, mezclando las salivas y los sabores.
Sergio dejó de besarla, haciendo que abriera los ojos para verlo echar la nata por encima de las fresas y coger una de éstas llena de nata. África lo miró expectante, Sergio sonrió y comenzó a recorrer con la fresa sus pechos, teniendo como meta la punta de sus pezones. Gimió de placer, retorciéndose debajo de él mientras él sonreía y reía satisfecho por su reacción. Pero no todo terminaba ahí, no. El rastro que había dejado de camino a sus pezones, Sergio comenzó a lamerlo, teniendo el mismo objetivo que la fresa. África lo cogió del cabello e hizo unas mezclas de gritos y gemidos de placer que los excitaron a ambos. Su tanga se humedeció por la excitación y la tela que la acariciaba cada vez que se retorcía la dejaba ansiosa porque Sergio la tocara.
Pero Sergio no atendió rápidamente a sus ruegos, sino que se entretuvo torturándola besando, lamiendo y acariciando sus pezones. Cuando se hubo saciado de ellos, bajó por su cuerpo besándolo y acariciándolo. Entonces llegó a la tira de su tanga, y acariciando el borde, comenzó a bajárselo lentamente, torturándola nuevamente. Rozó con sus dedos su sexo y eso le bastó para comprobar lo excitada que estaba. Entonces hizo algo que la asombró y excitó. Cogió el bote de la nata, lo agitó, y extendió la nata sobre su clítoris y todo su sexo. Mientras lo extendía con los dedos, gimió como una posesa, agarrándolo del pelo y arqueando el cuerpo. Pero cuando comenzó a lamer la nata, sintió un millón de estrellas explotando en su cabeza, llenándola de placer. Cada lametón de Sergio era una estrella explosiva más. Cogió su clítoris entre los dientes y lo aspiró haciéndola gritar, posiblemente se le hubiera oído en todo el edificio pero le daba igual. Lo único que le importaba en esos momentos era el placer que le estaba haciendo sentir. Explotaron todas las estrellas de su cabeza de golpe, haciendo que se corriera, pero eso no hizo que Sergio se apartara de ella, sino que dio unos lametones largos y lentos, saboreándolo.
África consiguió abrir los ojos, vio los dos cuerpos sudados, sintió el calor que desprendían, y ante todo vio la excitación de Sergio, su erección y su necesidad. Quería cogerlo y darle todo el placer que él le había dado, pero Sergio no le dejó sino que cogió el bote de nata de nuevo y apretó con una mano su estómago para que no se moviera. Volvió a agitarlo de nuevo y lo volvió a echar sobre su sexo. Pero en lugar de volver a lamerlo, la penetró lentamente, haciendo que sintiera toda su longitud. Se agarró a sus musculosos brazos, los cuales estaban a cada lado de su cabeza. Mientras la penetraba, África lo miró a los ojos llenos de deseo. La mirada de él brillaba con intensidad mientras entraba y salía dentro de ella. Al principio fue lento y una tortura, pero a medida que la excitación crecía, comenzó a moverse con rapidez y fuerza mientras que con una mano estimulaba su clítoris. Su cuerpo se alzaba para recibir sus embestidas, sus manos volaban por su cuerpo, agarrándolo cuando la excitación la acosaba. Le dejó arañazos por todo el cuerpo, mostrándole su necesidad. Sintió que volaba alto, muy alto, y ya en la cúspide de su altura, gritó, llegando al orgasmo. Sergio se introdujo dos veces más en ella, pero África le impidió terminar dentro de ella, apartándolo de ella. Con rapidez cogió su miembro e hizo que se corriera dentro de su boca. Cuando terminó, lamió la nata que le había quedado después de introducirse en ella. Había necesitado devolverle el favor.
Sergio cayó desplomado sobre el suelo, jadeando y sudando, llevándose a ella consigo. África se colocó de lado y puso su mano sobre el estómago liso y demasiado perfecto de Sergio. Ahora que veía su cuerpo desnudo después de siete años, tenía que reconocer que era estupendo, sin un gramo de grasa. Parecía más bien una escultura de algún dios griego. Su mano acariciaba su brazo delgado de arriba abajo, tranquilizándola y adormilándola.
-¿Cuánto tiempo piensas seguir con esto, África?-preguntó besándola en la sien dulcemente.
África lo miró lentamente, sintiéndose como una niña temerosa. Sabía a lo que se refería, pero su orgullo le ordenaba que se hiciera la tonta, ya que no quería admitir que había ido allí a acostarse con él sabiendo quién era realmente.
-¿Desde cuándo lo sabes?-preguntó. Era inútil negarlo. Tarde o temprano tendría que decírselo.
-Justo ha sido cuando te has corrido en mi boca.-respondió con naturalidad, penetrándola con su mirada oscura.
África sintió sus mejillas encenderse por su sinceridad. Realmente Sergio no había cambiado en siete años, seguía tan directo y sincero como siempre. Eso siempre le había gustado de él, ahora le causaba turbación.
-Solo me ha hecho falta mirarte a los ojos y ver lo que me decían en silencio.-dijo serio, esperando que ella hablara.
-Lo único que te decían era que estaba cachonda. Nada más.-respondió orgullosa.
-También eso, pero de forma secundaria. Lo que principalmente me decían, África, era que todavía me amas.-dijo de una forma que hizo que los pelos de la nuca se le erizaran.
-Eso es imposible.-gritó levantándose del suelo y alejándose de él.-No te amo, Sergio, te odio. Tanto que esto era una venganza que, obviamente, me proporcionaría placer y excitación.
Gritando, se alejó de él, poniendo todo el espacio posible entre ellos. No podía permanecer más tiempo pegada a su cuerpo, oyendo su respiración y sintiendo los latidos de su corazón.
-No. Eso es mentira. No me odias. Me amas, tanto o más que hace de siete años.-dijo acercándose cada vez más a ella.
-¡Já! No eres tan irresistible, Sergio. En siete años te he olvidado y más que olvidado. He estado con numerosos hombres. No te creas el único.-le dijo con furia, levantando los brazos y haciendo gestos con las manos.-Además, tú eres el que no me ha olvidado. Por algo estás aquí, para tenerme cerca y amarme en silencio.-le gritó señalándolo con un dedo acusador.
-Así es. Después de siete años, mi corazón sigue latiendo por el tuyo, mi cuerpo sigue deseando el tuyo, y mi mente no deja de pensar en ti.-susurró en voz alta, con su voz grave e hipnotizante.
-¡Hijo de perra! No puedes llegar después de siete años y decirme que me amas. No después de haberte acostado con aquella rubia, no después de que yo os viera.-le gritó desesperada. No quería seguir escuchándolo, no podía, le dolía demasiado.
Corrió hacia la puerta y la abrió.
-Eso no es así. Yo no me acosté con aquella rubia.-le gritó, furioso.
África giró la cabeza para mirarlo con resentimiento.
-¡Vete a la mierda!-le dijo tan furiosa como él.
Cerró la puerta tras de sí y se topó con el butanero. Él la miró asombrado, con los ojos como platos. África se dio cuenta de que estaba en pelotas y con las manos cogiendo la poca ropa que había llevado a casa de Sergio. Sonrió con naturalidad al muchacho moreno y le dijo.
-Que tengas un buen día.
Abrió la puerta de su piso y la cerró, dejando al muchacho con la boca abierta y la baba colgando. La oscuridad reinaba en su piso, encendió las luces y corrió a ducharse, queriendo olvidar la noche que había pasado con Sergio: las fresas, la nata, el cuerpo, el deseo, ¡todo!
Agotada y triste se metió en la cama, deseosa de llorar. Todo había sido un desastre, nada había salido como ella quería. Su venganza no había tenido éxito, ella había salido dañada en el proceso. Ella y su corazón. Comenzó a llorar, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas, dejando un rastro hasta su barbilla. No es que se hubiera vuelto a enamorar de Sergio, sino que ya estaba enamorada. En siete años no lo había podido olvidar, tanto sus besos y su cuerpo como su mente y su personalidad arrolladora. Se había mentido a sí misma y a todo el mundo, diciendo que lo había olvidado. Y el único que se había dado cuenta, había sido él. Resignada, se durmió mojando la almohada de lágrimas.
Al día siguiente, se levantó con unas ojeras hasta el suelo, el cuerpo agotado y los ojos hinchados y rojos. Se miró en el espejo del servicio y soltó un gemido de angustia.
-¡Estoy horrible!
Se dio una ducha rápida, se puso unos pantalones cortos, una camiseta de manga corta y se hizo una coleta alta para que el pelo no le molestara. Llamaron al timbre, cuando fue a abrir miró por la mirilla para comprobar que no era Sergio, y abrió la puerta.
-¿África?-preguntó el hombre rubio.
¿Quién coño era?
-Ajá.-respondió con una inclinación de cabeza.
-Esto es para usted.-le dijo entregándole una caja envuelta.
Comprendiendo que era un mensajero, le pagó una propina, cogió la caja y dejando la puerta abierta del piso debido a que no tenía tres manos para cerrar, fue al sofá. Dejó la caja sobre la mesa y la abrió, curiosa. Dentro había una pequeña nevera roja. La sacó confusa y lentamente la abrió.
-¡Ooh!-exclamó.
Dentro había un tazón blanco con fresas grandes, rojas y frescas. Al lado había un bote de nata. Cogiendo las dos cosas, comprobó que debajo había una nota.
Espero que esto sepa expresar mejor que yo lo que siento:
Mis labios te recorren lentamente
mientras te excitas inmensamente.
Una inmensa pasión tu placer aumenta
y mi boca dulcemente te atormenta.
Siento el fuego palpitante,
de tu cuerpo vibrante.
Mis labios desciendan suavemente
donde más desea tu mente.
Tu movimiento excitante,
invita a mi boca provocante,
reposar en tu perfumada flor
para despertar todo tu ardor.
África no pudo terminar de leerlo, ya que las lágrimas inundaban sus ojos y caían sobre el papel, mojándolo y emborronándolo. Dejó la nota sobre la mesa y se giró para cerrar la puerta del piso. Se detuvo en seco al ver a Sergio mirándola, cruzado de brazos y apoyado sobre la puerta. Se secó corriendo las lágrimas y se puso furiosa.
-¿Qué haces aquí?-preguntó acercándose a él, dispuesta a echarlo.
-Antes de que digas nada, debo decirte que nunca me acosté con aquella rubia. Cuando desperté aquel día, la vi a mi lado e inmediatamente le pedí explicaciones. Me dijo que la habían contratado mis amigos para gastarme una broma.-explicó con la voz neutra.
África lo miró, estudiándolo. Realmente quería creerle. Aunque había utilizado un tono neutro, sus ojos no le mentían, se mostraban tan vulnerables mirándola suplicantemente, pidiéndole que confiara en él.
-Si no me crees, no te culpo. Es realmente muy poco creíble, pero es así.-dijo con las manos delante de él, descubriéndose ante ella.
Sintió que el corazón se le oprimía y acercándose a él, lo besó, no con pasión sino con ternura y todos sus sentimientos.
-Te creo.-le dijo con lágrimas en los ojos.-Perdóname por no pedirte explicaciones y evitar que te defendieras.-se disculpó, esperando que le perdonara.
-No hay nada que perdonar.-le dijo. La besó de nuevo, esta vez con más pasión que la vez anterior.-¿Me amas, verdad?-preguntó con voz lastimera.
-Con todo mi corazón, Sergio.-le respondió sonriendo.
Él la cogió entre sus brazos y la llevó al dormitorio entre risas y gemidos. Le hizo el amor durante toda la noche. Cuando terminaron, los dos se durmieron en brazos del otro. Y disfrutaron durmiendo juntos por primera vez desde hacía siete años.
Al año siguiente, África enmarcaba la foto que le había regalado Sergio por San Valentín. Los dos salían abrazados, felices y besándose. África comenzó a reírse cuando comprendió que era la misma foto de su sueño. Al parecer el destino había sabido elegir su mejor camino. No pudo seguir pensando en eso, ya que unos brazos comenzaron a abrazarla por la cintura, y una boca a mordisquearle el cuello. Rió y se giró hacia Sergio, dispuesta una vez más a hacer el amor con él durante todo el día.
¿Quién dijo que el mundo era cruel?

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